Aquel día, aún no sé por que, mi jefe decidió invitarnos a cenar a su casa, a los más allegados a él en el curro, supongo que lo hizo porque habíamos evitado el holocausto profesional de la empresa, y al menos ese día, esa semana, o ese mes, no se iba a la mierda. La cuestión es que nos invitó, y todos los capullos de mis compañeros dijeron que si, así que no podía ser el único rancio del grupo que dijera que no, y tampoco tenía excusa que poner, ni sabía inventarmelas, joder, ojalá supiera mentir también como él lo hacía con sus superiores. Era lo único que me molaba de él, lo bien que sabía ponerles cara de satisfacción, mientras en el fondo, su cara y su sonrisa era de cabrón.
La cena era un jodienda que no me apetecía nada, no me apetecía conocer su casa, ni estar en ella, no me importaba nada de él, en lo personal, y aquella noche me tocaba tragarmelo. No sabía ni que ponerme, y tampoco tenía con quien ir, todos los demás irían con alguien, así que me veía solo en medio de todos ellos.
De camino a casa, al salir del curro, caí en que si podría haber alguien que tal vez me pudiera acompañar, una medio amiga de vecindario que en alguna ocasión fue a mi trabajo, y le molaba mi jefe, no sé que coño le vería, pero le molaba, y eso podría jugar en mi favor, siempre y cuando no estuviera con él todo el tiempo en la cena, ni me hiciera a mi estar con él. Lo guay es que aceptó, e incluso me dijo que mierda ponerme para el bolo ese, al menos esperaba que la cena fuese buena, aunque le veía mucha pinta de cocinillas a mi jefe. El caso es que el tiempo pasó más rápido de lo que me quería y allí, con mi medio amiga, y en medio de los soplapollas de mis compañeros que no le quitaban ojo a mi compañera de cena, me veía delante de la puerta, casi en primera fila.
Pasamos un rato esperando a que abriesen, parecía que nadie se enterase de que estábamos llamando, hasta llegué a pensar que, o bien a mi jefe se le fue la pinza, y, con suerte, se olvidó de la cena, o que en las horas previas se pilló un moco de puta madre y estaba durmiendo la mona. Al final a uno se le ocurrió aporrear la puerta, y entonces si, abrieron. Abrió una chica, algo más joven que mi jefe, guapilla, y con pinta de haber salido de los años cincuenta, que resultó ser su hermana, o eso dijeron, a saber.
Entramos, y nos presentamos, fingiendo interés, tomamos una cerveza enlatada, y obviamente, hablamos algo de trabajo, bueno, hablaron, yo intentaba no participar mucho, esperando que todos se emborracharan y pasaran de mi, aunque era algo pronto para eso. La cena no me sorprendió mucho, aunque tampoco soy buen comensal, hubo algo de picoteo barato, un arroz raro al que no supe poner nombre, y pollo asado prefabricado. Me costaba disimular lo raro y cutrecillo que me parecía todo aquello, tanto que mi medio compañera, me pedía y casi imploraba que disimulase un poco más, ilusionada con liarse con mi jefe, eso como postre a toda esa cosa. No puedo pasar por alto la música que pusieron de fondo, que alguna colgada de mis compañeras bailaba, y que me resultaba tan antigua como la hermana de mi jefe, casi me la podía imaginar en blanco y negro, a la música, digo, a la hermana casi también. Por suerte todo aquello pasó en unas pocas horas, y tan pronto como pude, no como quise, me fui, dejando aquel mundo de las rarezas atrás, aunque seguro que más de uno piensa que el raro soy yo, me la suda.
Me fui tan contento de la cena.