Llegó a palacio de forma inesperada sin ser anunciado por nadie en ningún momento, acompañando a aquel con quien la obligaron a casarse casi siendo niña y sin tan siquiera haberle conocido, y así, de esa manera le idealizó a él y a eso que llamaban matrimonio, sin embargo nada fue como ella pensó, ni él, ni el matrimonio, sin embargo ese hombre que al llegar a penas la miró y ni tan siquiera, a pesar de ser entonces la reina, la saludó, acabó siendo todo lo que ella había imaginado que sería su propio esposo, era todo lo que pensaba que sería y debería de ser un hombre.
El entonces desconocido, llegó para servir de manera personal y directa al rey y a nadie más aunque el juramento que había hecho y sus propias convicciones morales, le impedían dedicarse de forma exclusiva y única a él, así pues también lo hacía con quienes de una forma u otra le pudieran necesitar. Su forma de ser pronto llamó la atención de la reina hasta el punto de encandilarla como ni su infantil marido lo había hecho nunca.
El nuevo servicio del rey era un hombre sencillo y muy cabal que sabía cuando callar y sobre todo escuchar, sabía aconsejar muy bien a los demás cuando le contaban sus problemas o simplemente sus pensamientos, en seguida sabía que le convenía o que necesitaba cada cual, y así fue con ella, de quien más pronto que tarde le atrajo su juventud y al mismo tiempo su madurez y valentía para afrontar el mundo que le había tocado a pesar de su temprana edad, a la cual ya era madre de un niño al que le tocaría en un futuro heredar el país a modo de corona sobre su cabeza.
Ambos, reina y el servicio del rey, conectaron bien pronto el uno con el otro, tanto que practicamente era uno de los confidentes de ella en asuntos tan personales que nada tenían que ver con ese mundo que la rodeaba, y no solo intercambiaban confidencias, ambos tenían gustos similares como la literatura, y compartían pareceres respecto a los asuntos del país y la política, tanto así que se podía decir que gobernaban a la sombra de un rey vacío que hacía lo cualquier otro dijera que tenía que hacer.
Más allá de eso, reina y servil intimaron tanto que llegaron a compartir el lecho en el que el rey no dormía cuando este pasaba la noche en casas de mujeres de vida alegre, emborrachándose sin preocuparse de nada más. Los dos eran la mano derecha e izquierda del rey y ambas se estrechaban y enlazaban de cuerpo entero cada noche entre los enormes y altos muros que callaban y guardaban el secreto de aquellos inocentes pecados de palacio.
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