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domingo, 25 de octubre de 2020

EL NÁUFRAGO PERDIDO

Cuando se despertó, Sebastián estaba empapado, tenía la ropa pegada al cuerpo y tenia frío, el cielo estaba cubierto de nubes grises que amenzaban con echar más agua sobre él. Le dolía todo el cuerpo, y sabía que hacía en esa pequeña balsa en medio de ningún lugar. Levantó la cabeza y solo veía agua a su alrededor, y una roca que asomaba al fondo como si del iceberg del Titanic se tratara. No se escuchaba nada, todo era silencio roto por su respiración. 

Se sentó como pudo, escuchando el crujido de su cuerpo con cada movimiento que hacía, debía de llevar horas ahí tirado, perdido en Dios sabe donde. En la balsa no había nada, solo agua fría que le hacía tiritar. Buscó un remo o una tabla con la que remar y poder ir a algún lugar, aunque no tenía ni idea de en que dirección ir. No se veía nada ni en el punto más lejano que su vista alcanzaba a avistar, el mar de nubes que había sobre su cabeza no ayudaban mucho a dejarle ver, solo veía agua desde donde estaba, hasta donde se le dibujaba el oscuro horizonte. Palpó los bolsillos de su chaqueta azul, ahora casi negra por el agua, y no tenía nada, no llevaba nada encima, ni su cartera, ni papeles, ni siquiera su cajetilla de cigarros. Tampoco tenía nada en los bolsillos del pantalón, solo agua, ni en el bolsillo de la camisa, aunque eso era habitual en él, aunque ahora le habría ido bien, aunque fuera como distracción ante esa situación. 

Recordaba que había ido de crucero por el mediterráneo como despedida de soltero, era un crucero pequeño organizado por sus amigos que buscaban tener con él una última aventura, la última travesura antes de sentar la cabeza y volverse un hombre formal. Recordaba estar en la cubierta del barco con ellos, todo se movía, probablemente por una monumental borrachera que se habría enganchado con ellos, o tal vez fuera el barco, no sabía. Tal vez fueron ellos quienes gaastándole una tremenda inocentada le dejaron ahí, ebrio, como una cuba, pero después ¿qué?. A los dos días de iniciar el crucero se casaba, en Ibiza, en una boda rollo hawiana, hippie, muy loca. ¿Dos días?, puede que fuese ese mismo día en el que estaba perdido en medio de ningún lugar, en el que se casaba, y no tenía modo de hacer nada. 

Se echó las manos a la cara, como queriendo que la oscuridad que formaba con ellas, le aclarase las ideas. Al levantar la cabeza, miró de frente y vio que algo parecía ir en su dirección. Se acercaba rapido, de pronto se le pasó todo el entumecimiento y se le encendieron todos los sentidos como si de alarmas se tratase. El objeto en cuestión parecía ser de gris claro, parecía bastante evidente que se trataba de un tiburón con intención de rondarle. Se quedó en silencio, bajó su respiración todo lo que pudo y casi no se movía, todo salvo su cerebro que puso a dar vueltas a mil revoluciones. Con el mínimo ruido que pudo hacer, se tumbó y se quedó lo más inmóvil que pudo. Intentó relajar el cuerpo para dejarlo muerto, pero sentía rigidez en la espalda y eso no ayudaba a la relajación. Ni siquiera pudo cerrar los ojos, y se quedó como una tabla más de la balsa, mirando al cielo gris que parecía confabularse con el tiburón. No había nada en él, solo nubes amenazantes que intimidaban todo cuanto había a su paso, ni un triste pájaro las acompañaba. Pensó que prefería tener algún pájaro sobre cagándole encima, a tener un tiburón con ganas de banquete, rondándole. 

Esperó y esperó, inmóvil, sin emitir sonido alguno, la tensión del momento hacía que ya ni notase el agua empapándole. A penas respiraba y suspiraba practicamente en silencio, rezándole a algún dios que anduviese por ahí y le echara la mano de alguna manera. Resignado, cerró los ojos y se dejó llevar con la esperanza de que algún milagro le salvase. De pronto y sin previo aviso, sintió un empujón enorme, notó como era levantado por algo enorme, quizá fuese el tiburón, o tal vez una ola que lo llevase y lo alejase del escualo, librándole del peligro. Lo levantó tanto que de repente se vio volando por los aires, sin poder reaccionar. 

Tan pronto se voló por los aires, como se estampó contra el mar, engulléndole como si del propio tiburón se tratará, y todo se volvió oscuro y frío, envuelto por el agua que se lo tragaba de un bocado, al tiempo que el temido visitante del náufrago se iba sin hincarle el diente, tal vez en busca de una victima mejor.

Sebastián no volvió a sacar la cabeza del mar.