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lunes, 25 de marzo de 2019

EL NIÑO QUE SOÑABA SER COMO LOS DIOSES

     De niño miraba al cielo, lo miraba durante largos minutos, tal vez horas, miraba y pensaba, e incluso soñaba, soñaba con alcanzarlo, soñaba con llegar más allá de las nubes, y literalmente tener el mundo a los pies, soñaba con ser un Dios. 

Soñaba con ser como los dioses, o al menos como se los imaginaba, se veía así mismo grande, muy grande, casi gigante, gigante y fuerte, tan fuerte como diez mil hombres, y ataviado con una larga capa, tan larga como el cielo, y se imaginaba volar, volar con unas alas tan grandes como las nubes que cubren el cielo un día de tormenta. 

Soñaba con tener el mundo en la palma de su mano, domar el mar como Poseidón con su tridente, y cubrir el cielo de nubes a golpe de rayo como Zeus, soñaba con ser como ellos, ser tan grande como sus leyendas y todas aquellas historias que desde hacía generaciones se contaban. 

Mirando al cielo sus sueños iban más allá, soñaba con ser el dios de dioses, el hombre de hombres, el más fuerte y poderoso de todos ellos, sería el creador de un universo infinito, un creador de mundos, mundos todos ellos envuelto por sus manos, siempre bajo su atenta mirada, siempre obedientes a su voz. Sería el escritor de su destino. 

De niño miraba al cielo, más allá de donde se perdía el horizonte, soñando ser tan infinito como él, soñaba con ser como los dioses.

lunes, 18 de marzo de 2019

UN AMOR DE PRINCIPES Y PRINCESAS

         Aunque a ojos de propios y extraños se veía joven, ante el espejo no se veía así, se veía mayor y con con madurez, la suficiente para tener ya esos sueños y anhelos que cualquier persona mayor y madura pudiera tener, o tal vez fuesen fantasías de esa persona que era ante los demás, por eso no se las contaba a nadie, tan solo a ese montón de folios sueltos que hacían de diario y confidente, a quienes se los revelaba, a ellos y a la noche, a cada noche de cada día.

Soñaba ya con el amor, ese amor del que hablaban ya los que eran, se creían y se veían mayores a su lado, ese amor con el que soñaban y fantaseaban en voz alta, mientras el suyo callaba. 

A su diario de hojas sueltas, le contaba que soñaba con un amor de principes y princesas, uno de esos de novelas en las que todo lo podían, uno de esos donde se desafiaba a la naturaleza, y se cruzaban fronteras, uno de esos donde había villanos, y villanas también, y grandes espadas de caballeros que defendían a sus princesas. Un amor de aventuras y locuras, y en el que se perdía la cordura. 

Soñaba con un amor de esos que se contaban y se cantaban al pie de la ventana, a altas horas de la madrugada, y donde se decía todo con miradas de las que nadie se enteraba. Los vivía en sueños, y los soñaba con los ojos abiertos, esperando que llegase un día de esos, mientras se distraía en clase ante sus maestros. 

Un amor de principes y princesas, o tal vez duques y duquesas.

lunes, 11 de marzo de 2019

DE MADRUGADA

      De madrugada, casi amaneciendo, caminaba con calma, casi sin pisar el suelo, aquellos tacones de aguja, y tras una larga noche, se le hacían largos. Tenía toda la calle para ella, una calle silenciosa y vacía, como sin poner aún. Los demás ya se habían ido hace rato, dejándola sola y con frío, solo acompañada del cansancio que la empujaba a querer llegar cuanto antes a su casa, y a su cama. Solo escuchaba el golpeteo de sus tacones sobre las calles empedradas y que por momentos casi la hacen caer, y preguntándose porque coño los lleva. 

Una voz rompe el silencio, y el repicar de sus tacones, haciéndole frenar en seco y preguntarse de donde viene la voz, al tiempo que la busca. La voz, borracha y con medio cigarro en la mano, estaba sentada en un banco, con la chaqueta sin poner a pesar el frío. Ella no le había visto, no se percató de sus presencia, aún habiéndole llegado el olor a tabaco. No respondió, se dio la vuelta y caminó con un paso más ligero, esperando dejarle atrás. La voz borracha, se levantó y la empezó a seguir, al tiempo que pregunta que a donde va con tanta prisa. 

Ella, nerviosa, coge el móvil para llamar, y la voz pregunta que a quien va a llamar. Marca el primer número de la lista, suena un primer tono a la vez que ella espera que respondan ya, en la espera la voz borracha la alcanza poniéndole la mano en el hombro, ella se da la vuelta y grita, y del miedo el teléfono se le cae, no le da tiempo a oír ninguna respuesta del otro lado. Llevada por el miedo, y sin pensar, le da una sonora bofetada a la voz, haciéndole tambalear, le grita y le insulta, llenando con su miedo el silencio de la noche. Camina como puede hacia atrás, pidiendo que la deje en paz, dejándose el móvil tirado. 

La voz, que logra no caerse, avanza hacia ella. Algunas luces se encienden, y alguien, alarmado por la mujer, sale de un portal, la voz no se percata, no lo ve, y ese alguien que no sabe quien es, le empuja, facilmente le hace caer. Coge el móvil y se lo da, interponiéndose entre ella y la voz, a la que no deja levantar del suelo. Ella no sabe que decir, no puede contestar, solo mira con la respiración casi ahogada, hasta que consigue respirar y dar las gracias, a la vez que la dice que es peligroso ir sola por esas calles, y de madrugada.

lunes, 4 de marzo de 2019

AQUELLOS AÑOS GRISES QUE NUNCA SE OLVIDAN

   Llevaba su vieja maleta en la mano, esa con la que tanto había viajado, y una dirección en uno de sus muchos bolsillos, con una calle que no conocía, que no había visto en su vida. No tenía el número de la calle, tan solo el nombre. 

Cuando llegaron a buscarle, el tren ya se había ido, apenas quedaban unas cuantas personas en el andén de esa vieja estación, que antaño se veía muy poblada, y hoy casi parecía abandonada. Se vio un poco desbordado a su llegada, le hacían fotos con teléfonos que ni cable llevaban. 

Le impresionaba sentir las mismas cosas que no sentía desde que dejó aquel pueblo que hoy veía tan cambiado. Tal vez fuese porque lo recordaba bajo la huella de la guerra de la que huyó, y veía como nuevas sus calles y sus plazas, pequeños rincones que recordaba viejos y grises, y hoy tenían color. 

Se emocionaba y sonreía al oír el ruido de la nueva vida que había en sus calles, y que casi le apagaba el de aquellos días grises de miedo y tensión que aún escuchaba en su cabeza y que durante tanto tiempo había guardado en su corazón. 

Había flores y plantas por todas partes, en balcones y terrazas, dando color a las viejas fachadas. Agradecía que el sol lo acompañara, mientras buscaba la dirección en todos los bolsillos que llevaba. No sabía si lo encontraría, ni que haría, ni que diría al llegar. Fue a paso lento mientras la buscaba, mirando a todas partes, grabando en su interior cualquier lugar, a cada persona con la que se cruzaba, los corrillos de vecinas que iban o volvían de ir a por el pan, y hablaban y reían a las puerta de sus casas, o en escalones de callejuelas que se perdían... Miraba a los escaparates de las tiendas que en sus días no estaban, o por las puertas de los bares que regentaban los hijos de los que entonces con él jugaban. Su corazón galopaba, todo aquello le superaba. Preguntaba aquí y allá por la calle y llegando a ella, se hacía mil preguntas, mil dudas le asaltaban, sin embargo no dejaba de avanzar, no se detenía, ni volvía atrás. Más que andar, flotaba sobre los adoquines y las piedras de aquellas calles, para él casi nuevas, sin soltar la maleta, que parecía pesar cada vez más 

Llegando a una esquina, se paró, dejó la maleta en el suelo y suspiró. Delante de él, había una fachada, que aunque renovada y restaurada, si reconocía, estaba al lado de una tienda de toda la vida, vida que había pasado él comprando y jugando, y de la que muchas veces, casi ni salía. 

Tras pasarle por encima mil y un recuerdos de aquellos años grises que nunca se olvidan, cogió su maleta, diciéndose, -¡qué demonios!, y avanzó hasta llegar a la puerta, y ante ella, plantado y esta vez, sin soltar la maleta, llamó, y después de tantos años, aquella puerta se abrió.