Llevaba su vieja maleta en la mano, esa con la que tanto había viajado, y una dirección en uno de sus muchos bolsillos, con una calle que no conocía, que no había visto en su vida. No tenía el número de la calle, tan solo el nombre.
Cuando llegaron a buscarle, el tren ya se había ido, apenas quedaban unas cuantas personas en el andén de esa vieja estación, que antaño se veía muy poblada, y hoy casi parecía abandonada. Se vio un poco desbordado a su llegada, le hacían fotos con teléfonos que ni cable llevaban.
Le impresionaba sentir las mismas cosas que no sentía desde que dejó aquel pueblo que hoy veía tan cambiado. Tal vez fuese porque lo recordaba bajo la huella de la guerra de la que huyó, y veía como nuevas sus calles y sus plazas, pequeños rincones que recordaba viejos y grises, y hoy tenían color.
Se emocionaba y sonreía al oír el ruido de la nueva vida que había en sus calles, y que casi le apagaba el de aquellos días grises de miedo y tensión que aún escuchaba en su cabeza y que durante tanto tiempo había guardado en su corazón.
Había flores y plantas por todas partes, en balcones y terrazas, dando color a las viejas fachadas. Agradecía que el sol lo acompañara, mientras buscaba la dirección en todos los bolsillos que llevaba. No sabía si lo encontraría, ni que haría, ni que diría al llegar. Fue a paso lento mientras la buscaba, mirando a todas partes, grabando en su interior cualquier lugar, a cada persona con la que se cruzaba, los corrillos de vecinas que iban o volvían de ir a por el pan, y hablaban y reían a las puerta de sus casas, o en escalones de callejuelas que se perdían... Miraba a los escaparates de las tiendas que en sus días no estaban, o por las puertas de los bares que regentaban los hijos de los que entonces con él jugaban. Su corazón galopaba, todo aquello le superaba. Preguntaba aquí y allá por la calle y llegando a ella, se hacía mil preguntas, mil dudas le asaltaban, sin embargo no dejaba de avanzar, no se detenía, ni volvía atrás. Más que andar, flotaba sobre los adoquines y las piedras de aquellas calles, para él casi nuevas, sin soltar la maleta, que parecía pesar cada vez más
Llegando a una esquina, se paró, dejó la maleta en el suelo y suspiró. Delante de él, había una fachada, que aunque renovada y restaurada, si reconocía, estaba al lado de una tienda de toda la vida, vida que había pasado él comprando y jugando, y de la que muchas veces, casi ni salía.
Tras pasarle por encima mil y un recuerdos de aquellos años grises que nunca se olvidan, cogió su maleta, diciéndose, -¡qué demonios!, y avanzó hasta llegar a la puerta, y ante ella, plantado y esta vez, sin soltar la maleta, llamó, y después de tantos años, aquella puerta se abrió.
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