Aunque a ojos de propios y extraños se veía joven, ante el espejo no se
veía así, se veía mayor y con con madurez, la suficiente para tener ya
esos sueños y anhelos que cualquier persona mayor y madura pudiera
tener, o tal vez fuesen fantasías de esa persona que era ante los demás,
por eso no se las contaba a nadie, tan solo a ese montón de folios
sueltos que hacían de diario y confidente, a quienes se los revelaba, a
ellos y a la noche, a cada noche de cada día.
Soñaba ya con el amor, ese amor del que hablaban ya los que eran, se creían y se veían mayores a su lado, ese amor con el que soñaban y fantaseaban en voz alta, mientras el suyo callaba.
A su diario de hojas sueltas, le contaba que soñaba con un amor de principes y princesas, uno de esos de novelas en las que todo lo podían, uno de esos donde se desafiaba a la naturaleza, y se cruzaban fronteras, uno de esos donde había villanos, y villanas también, y grandes espadas de caballeros que defendían a sus princesas. Un amor de aventuras y locuras, y en el que se perdía la cordura.
Soñaba con un amor de esos que se contaban y se cantaban al pie de la ventana, a altas horas de la madrugada, y donde se decía todo con miradas de las que nadie se enteraba. Los vivía en sueños, y los soñaba con los ojos abiertos, esperando que llegase un día de esos, mientras se distraía en clase ante sus maestros.
Un amor de principes y princesas, o tal vez duques y duquesas.
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