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martes, 14 de julio de 2020

EL SABOR AMARGO DE LA ÚLTIMA COPA


        A duras penas el niño Carlos, como aún le decían en casa, abrió los ojos aún pesados por tan profundo sueño, sentía como si tuviera una piedra atada a su cabeza. Atontado y sin saber muy bien donde había caído dormido, intentó moverse y desentumecerse, quiso despejarse cuando el estridente despertador le sonó como una chirriante obra de la calle en su embotada cabeza. Estaba en la cama, ya era mediodía aunque para él era como si apenas acabase de amanecer, todavía esperaba oir a la gente de la calle darse los bueno días como si fuesen a desayunar.

Tardó un rato en poder moverse, no sabía si eran segundos o minutos. El sabor amargo de la última copa, le traía retales de la noche anterior que la resaca le impedía recordar con claridad, -¿tanto bebí?-, pensó mientras se sentaba en la cama, moviéndose como si fuese una enorme piedra. Por el sabor casi vomitivo y por como se sentía, parecía ser que si, debió de beber bastante, más de lo que él estaba acostumbrado. No eran sensaciones agradables, nunca se había sentido así de mal, tan pesado y tan borracho. El corazón le iba a mil, demasiado acelerado para su edad sin haber hecho esfuerzo alguno. Luchaba contra todo, contra la somnolencia y la pesadez, luchaba contra la borrachera intentando erguirse y despejarse, esforzándose por estar fresco. Todavía estaba vestido de calle, así se acostó o simplemente se dejó caer sin saber donde y cayó tan profundamente dormido que ni siquiera recordaba como y cuando llegó a casa, no se acordaba de nada. Con un grandísimo esfuerzo y pesar, se levantó de la cama y suspiró como queriendo liberarse de tan pesada carga que llevaba consigo mismo, y sin lograrlo y como pudo llegó a la cocina, casi arrastrando los pies y se hizo un largo café que le quitase todo ese lastre.

Con el vaso llenó de negro café, se dejó invadir por su intenso olor, en un intento de ese aroma sustituyera el recuerdo y el sabor a licor ya agrio que le acompañaba, y llevado por él, tomó el primer trago que en un primer instante le calmó y casi le supo a gloria, hasta que se mezcló con la noche y le revolvió el estómago. Con rapidez inusitada llegó al baño y descargó todo el pesar de la noche, liberándose de un gran peso, se enjuagó la boca en el lavabo y se lavó la cara, sintiéndose más ligero, aunque todavía le duraba la resaca. Volvió a la cocina y casi de un trago se tomó lo que quedaba de café, sentándole, ahora si, tan bien que casi volvía a ser el mismo niño Carlos de siempre.

Volvió a la habitación, tenía que poner un poco de orden en si mismo, y eso pasaba por darse una ducha para la resaca y cambiarse de ropa, además de ordenar un poco la cama en la que sin abrirla, se habia dejado caer a plomo toda la noche. En lo que intentaba empezar por algún lado y de alguna manera, le sonó el móvil, ya ni se acordaba de él, no lo echó de menos hasta que en el bolsillo de la chaqueta le vibró dándole un susto que le hizo respingar, era Andrés, un amigo que al descolgar le dijo:

-¿Qué pasó anoche con Sandra, tío?, ¿qué has hecho?.
-¿Que qué he hecho?, no sé, me acabo de despertar, no me acuerdo de nada.

Era cierto que no se acordaba de nada, la borrachera que se pilló era tan grande que no sabía que hizo esa noche. Sandra era su chica, no llevaba mucho tiempo con ella, tan solo unos meses, y la relación no le parecía que tuviera mucho futuro. Asustado por la pregunta de Andrés, intentó recordar que hizo o que pasó, no tenía ni idea, solo se acordaba de el sabor amargo de la última copa.