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martes, 4 de enero de 2022

La última cena en familia

1 de Enero, 12:00 de la mañana.

Era mediodia cuando me desperté en el sofá de mi pequeño salón, aún estaba vestido de calle. El abrigo y la bufanda que llevé a la cena de Nochevieja estaban tirados en el sofá, y la resaca que llevaba encima era tremenda, tenía la boca seca, muy seca, y aunque estabamos en pleno invierno, sudaba. Los litros de alcohol de la noche anterior todavía estaban en plena ebullición. Buena manera de empezar el año, y esto no era nada en comparación con lo que me podría venir en los próximos días. Y no me refiero al alcohol, ni a las borracheras.

La noche del 31 nos juntamos la parte de la familia que en Nochebuena no pudimos, y esos eramos mis padres, mi hermano Carlos, Anya, su mujer y yo, mala idea, y no por ir a ver a mis padres, que aunque pueden ser un poco pesados en muchos temas puntuales, se les aguanta, sino por mi hermano y su mujer; por un lado estaba el hecho de que estaban atravesando una mala etapa y andaban más cada uno por su lado que juntos, y por otra parte ahí andaba yo que a la chita callando estaba colado por ella, y no es que estuviese enamorado de ella, pero me ponía mucho, siempre que nos encontrabamos en algún sitio, no podía dejar de mirarla, y no es que fuese especialmente guapa, era guapa pero no guapísima, sin embargo tenía algo que me atraía mucho sexualmente, era muy sensual y sin tener una belleza especial, atraía mucho a todos los que la rodeaban, hombres e incluso mujeres. Conocí a Anya a principios de una primavera lluviosa, cuando ya llevaba unos meses saliendo con Carlos, y aunque entonces no me atrajo especialmente y mi carácter introvertido no me llevo a intimar mucho con ella, fue llegar los primeros rayos de sol previos al verano y ella empezó a ir algo más ligera de ropa, y ahí es donde empecé a darme cuenta de su figura, me fijé en sus caderas y en que tenía mejor culo del que creía. Y de pecho no es que fuese exuberante, pero este era firme y redondo, ¡uf!, me empezó a atraer demasiado, posiblemente como a todos esos a los que se les iban los ojos, hasta empecé a verla guapa e incluso sensual. Y ella lo sabía, me miraba y sin decir nada me lo decía, me sonreía sibilinamente, se colocaba el pelo mirandome o se mordía el labio sauvemente en una sonrisa, y yo trataba torpemente de que no se me notase el sonrojo.

Aquella noche del 31 Carlos y Anya habían discutido, él le había puesto los cuernos con otra y ella en respuesta había tenido algún tonteo que no llegó a nada. Sin embargo esa noche ella ya tenía el vaso de la paciencia a rebosar y estaba tocando el límite. Aunque hablaban con todos de lo más normal, entre ellos no cruzaron palabra ni mirada, la distancia entre ellos era tal que se sentaron uno frente al otro para no estar juntos y al mismo tiempo que no se les notara nada. La cena fue bien hasta que el alcohol se fue acumulando en cada uno de nosotros, lo que sumado al vaso rebosante de Anya, hacía una mala mezcla. Pasado un rato de habernos comido las uvas de la Puerta del Sol y las de Canarias también, me di cuenta de que Anya no estaba con nosotros, Carlos no dijo ni hizo nada, o no se dio cuenta o le daba igual, probablemente era más lo segundo que lo primero. Fingiendo ir al baño, subí a la planta superior de la casa de mis padres, me encaminé al fondo del pasillo de las habitaciones cuando al pasar por una, vi que de ella salía luz por la puerta a medio cerrar, miré y en ella estaba Anya, borracha, con el móvil en la cama y bailando sola una canción que había puesto en él. 

Aún con su embriaguez y la mía, la vi preciosa con aquel vestido de rojo pasión que llevaba esa noche. El vestido dejaba la espalda totalmente al aire, casi hasta donde perdía su digno nombre, lo que le daba un sexualidad imponente, y dejaba bastante claro que no llevaba nada que lo acompañase debajo. No sé si se habría dado cuenta o le daba igual, pero por un lateral del vestido asomaba un pecho, un pecho desnudo que no podía dejar de mirar, ni a él ni a ella, el calor que me provocaba verla aumentaba mi temperatura corporal y mi excitación ya notable en los pantalones. Me vio, vino hacia mi con su pecho aún asomando y abrió mas la puerta, tiró de mi y cerró con los dos dentro de la habitación. Pasó sus brazos alrededor de mi cuello y sin decir palabra siguió bailando, yo no sabía que hacer, aunque si sabía en lo más profundo de mi lo que quería, la quería a ella, a su cuerpo, y ella lo sabía. Me beso con aquellos labios que iban a juego con el vestido. Seguramente fue el alcohol que recorría mis venas lo que hizo que me dejase llevar y la correspondiese a ese beso. La tenía atrapada entorno a mi con mis brazos alrededor de su espalda, su piel era cálida, y eso me excitaba más. Me desabrochó la camisa y con sus besos bajó hasta el pantalón, cuando me quise dar cuenta lo tenía todo abajo con mi erección a la vista de ella y a la de cualquiera que pudiera entrar en ese momento. Anya acarició mi erección con sus labios, mis más profundos y lascivos deseos se veían cumplidos en ese instante. Mi verga llenaba su boca, sus labios se cerraban entorno a ella y tiraban suavemente. Sus manos acariciaban y atrapaban suavemente mis agallas, provocándome un gemido. Ella era insaciable.

Se quitó el vestido, debajo de él no había nada que dejar a la imaginación, no llevaba nada más, a duras penas podía contenerme, ella lo veía en mis ojos, en mis labios que me mordía por no moderla a ella. Nos comimos la boca como si no hubiesemos cenado, nuestros cuerpos desnudos se excitaban mutuamente. Echado sobre ella la erección era tal que no podía ser más. Mis besos en su cuello y mi erección empalmada con su entrepierna ardiente le sacó un gemido más embriagador que cualquiera de las copas que habíamos tomado esa noche. Mis manos y mis labios llenaándose de la ardiente calidez de sus pechos, bebiendo de ellos, recorrían sus curvas hasta perderse entre sus piernas. Mi lengua saboreaba el dulce néctar de su flor. Gemidos, jadeos, sudor y penetración llenaban el vacío de la habitación solo roto por una música que ni escuchabamos. Sus piernas y sus brazos me atrapaban, no quería salir de ahí, quería follarmela más y más. 

Eyaculación, extenuación y respiración.

Sexo vengativo, eso había sido lo que habíamos tenido, y no me importaba, lo había disfrutado mucho, mis más oscuros deseos habían salido a la luz, estaban saciados, y su venganza cumplida. No sé si fue aquel momento o qué, pero de repente era como si la embriaguez no fuese tanta, el caso es que caímos en donde estabamos y en que en cualquier momento podía subir alguien y vernos, ni siquiera sabíamos cuanto tiempo había pasado. Nos vestimos y arreglamos lo mejor que pudimos. Todo era extraño, sin ser los más afines del mundo, en ese instante habíamos congeniado mejor que una pareja de gemelos siameses. 

Sin arrepentimiento.

Despierto y con resaca cambié todo el alcohol de esa noche por un café que me despejase. No me arrepentía de lo que hice aunque era la mujer de mi hermano, y eso quiérase o no era una putada. Lo peor no era la conciencia, cuando haces algo que deseas desde hace tiempo, la conciencia no pesa, lo peor era que ella, por tocarle los huevos a mi hermano, tarde o temprano se lo contaría y nos iba a joder a los dos. Seguramente aquella sería la primera y la última vez que me la follase, y probablemente aquella, durante un buen tiempo, habría sido la última cena en familia.


lunes, 3 de enero de 2022

Te llamé por Navidad

24 de Diciembre. 

Era 24 de Diciembre cuando me quedé solo en casa. Ella se fue a hacer las clásicas compras de última hora para la cena de Nochebuena y tardaría en volver, los niños tampoco estaban, ya que estaban de vacaciones, querían estar a sus anchas, sin cole ni profesores, y tampoco querían padres durante un rato, bastante familia tendrían que aguantar ya esa noche. La cuestión es que, aprovechando esa soledad y que tenía la casa para mi, me abrí una cerveza bien fría y aproveché para llamarte, hacía tiempo que no hablabamos y como siempre dices que no te llamo, decidí hacerlo entonces. Me abrí la cerveza, me la serví en el vaso dejándola bien espumosa, demasiado tal vez, y busqué tu última llamada, hacía ya mucho desde entonces; fue en mi cumpleaños, y desde entonces no volvimos a hablar, ni siquiera a escribirnos. Tú siempre andas muy liada y cuando llamas o escribes tienes que hacerlo a escondidas para que ni te oigan ni te lean, y cuando te escribo yo, porque reconozco que llamar no te llamo nunca, no me lees, es como si nunca mirases el teléfono. En cualquier caso quería oír tu voz y contarnos nuestras banalidades de siempre.

Era la una de la tarde cuando descolgué y dejé que sonase la llamada. Tardó un rato hasta que te llegó la señal, y entonces sonó y sonó, y esperé, esperé y esperé, pero no lo cogías, no estabas o quizá no querías estar, o tal vez no podías. Tu voz estaba muda al otro lado del teléfono, quizás era mala hora para hablar contigo, colgué. Le dí un largo trago a la cerveza esperando y casi dando por echo que esa misma tarde me llamarías, sin embargo no fue así, no me devolviste la llamada esa tarde, ni a la siguiente tampoco, no hubo feliz navidad. Tampoco en los días sucesivos, algo extraño en tí, aunque era posible que te hubiese ocurrido algo y no pudieras. Pasaron los días y llegó el 31 de Diciembre, una cena más, más compras de última hora..., y ninguna llamada, ni tan siquiera un mensaje de feliz año, bla bla..., nada. Decidí escribirte para felicitarte yo aún sabiendo que siendo por mensaje me podrías leer el año que viene, y pasaron las horas entre otras felicitaciones, llamadas..., llamadas de todos menos de ti, y así me dormí. 

 

1 de Enero.

Amaneció el 1 de Enero, año nuevo, misma vida. Me costó despertar, de echo no quería despertar, solo quería dormir más, amaneció demasiado pronto, como siempre. Cuando estuve lo suficientemente espabilado, miré el móvil, entre los varios mensajes de whatsapp que tenía, había uno tuyo que no oí. Me escribiste de madrugada, más allá de las 3, y aunque lo normal a esa hora es que estuviese de fiesta y borrachera, lo cierto es que ya estaba dormido como una marmota, será la edad. Tu mensaje fue el primero que leí, en él tal vez explicases, como otras veces por qué no me habías llamado, como estabas..., etc, pero no. El mensaje para felicitarme el año era más escueto de lo normal, en él me felicitabas el año, me decías "querido amigo", y poco más. En eso se quedó todo, ni una llamada de vuelta, ni más mensajes ni por tu parte ni por la mía. 

Hoy, varios días después sigo sin saber más de ti y no sé por que. Y aunque contigo aprendí que siempre puede haber una buena razón de fondo para todo, y por tanto puede ser que no puedas decir más, tampoco dejo de pensar que pueda haber algún problema que no me hayas contado, aunque en ese aspecto mi conciencia está tranquila, sé que no hice nada que te haya podido molestar ni causar problema alguno. Y si lo hay, tienes dos opciones, hablarlo o quedártelo para ti, porque desde luego, mío no es. Dejo el teléfono a mano por si llamas o escribes, y si lo haces, ahí estaré, al otro lado de la línea, esperándote. Solo quería decirte que te llamé por navidad.