Mis Seguidores

viernes, 25 de noviembre de 2016

EN LA PROFUNDIDAD DE LOS SUEÑOS

      En la profundidad de los sueños, en lo más profundo y oscuro de todos ellos quiere estar y de ahí no volver en mucho tiempo, o tal vez jamás. Quiere soñar, soñar tan alto y fuerte que cueste despertar. Quiere llegar a otros mundos profundos, lejanos, y llenos de magia, esa magia aquí perdida y olvidada. Quiere llegar al país de nunca jamás sin pensar en cuanto tenga andar, correr o volar como si fuese el mismísimo Peter Pan.

Sabe que al final del sueño en el que se siente feliz y risueño, despertará y ahí estará el amanecer de una aventura que no olvidará, y mil veces recreará, y seguro que noche tras noche revivirá.

No sabe si se encontrará con campanilla o con alguna brujilla, o con el capitán Garfio o algún ser zafio; pero si sabe que nadando, andando o volando cualquier frontera cruzará. 

Será un sueño sin fin; sueño sin dueño ni aquí ni allí. Un sueño profundo de otro mundo, un sueño de otro universo infinito, más largo que una semana de lunes a domingo.

Quiere soñar y volar en un sueño profundo del que nunca tuviera que despertar, aunque tenga que regresar. Quiere ir más allá de la luna y las estrellas, más allá de los límites del cielo y el universo.

Quiere ser el dueño de la profundidad de los sueños.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Y EN MEDIO, LA NARIZ

      Hay distancias cortas, distancias largas, distancias ínfimas y distancias infinitas, y en todas ellas está el mismo problema, en medio siempre está la nariz, esa nariz infinita y alargada que no se sabe donde empieza ni donde acaba, y que siempre está en toda la cara colgada como si nada.

Siempre te acompaña, en las buenas y en las malas, como a un obrero el pico y la pala. Siempre está ahí esa interminable nariz más grande que una mazorca de maíz. Es tuya, solo tuya, y sabes que nadie la querrá ni aunque se la intentes regalar, porque es grande e incluso gigante como el infinito en el mar. 

Es una napia más alta y más grande que una tapia, y que al sol todo ese mogollón se vuelve pimiento morrón; una trompa que vino en tromba y ahí se quedó, un apéndice en la cara a fuego pegada, que con la edad crece o eso parece. Orgullosa y lustrosa, esta nariz engorda y te desborda sin piedad, sin poderla frenar aunque cada día se parezca más a una barra de pan. 

Para bien y para mal en esa cara se va a quedar sin que nadie la pueda despegar; para mal o para bien no hay nariz igual, escondida entre cien o más. 

Es esa ñata a una cara pegada como una garrapata, a veces rebelde, a veces ingrata. Una percha larga como una mecha, enorme y nada estrecha que en tu geta alguien dejó medio hecha.

Y sin más que hablar de esta enorme nariz sin par, colorín, colorado a este eterno y perenne hocico nada pequeñico os he presentado.

lunes, 14 de noviembre de 2016

NO HAY EDAD PARA EL TIEMPO

    No hay edad para el tiempo, sino para el momento, y ella haciendo caso omiso de su edad, decidió que ese era su momento. Era el momento de sacar todo aquello que se había guardado durante años y que por cosas de la vida y ajenas a su voluntad, nunca pudo contar. Ahora sentía que que era la ocasión perfecta para hacerlo, para contarle al mundo todo aquello que había estado revoloteando por su cabeza durante años, ahora no había nada ni nadie que se lo impidiera, y antes de que los años o la vida misma no se lo permitieran, lo iba a aprovechar. 

Había decidido  reinventarse, ser una nueva o al menos una mejorada versión de si misma, había decidido ser y hacer todo lo que un día no pudo por la edad, por el encorsetamiento de la sociedad de su juventud, por las obligaciones de entonces y el que dirán. Pero eso ya no importaba, ya daba igual, ya no debía nada a nadie, ni tenía responsabilidad. 

Podía encerrarse en su misma, sola con su compañía sin necesitar en ese momento a nadie más. Decidió que en ese instante daría rienda suelta a su imaginación y ser su propio álter ego, sin ataduras, sólo ella misma y nadie más. No lo hacía con pretensión alguna, sino para no dejarse nada atrás, no quería que acabase siendo una de esas cosas que terminan por empolvarse en esa eterna lista de cosas que queremos o nos forzamos a hacer sin llegarlas a tocar, ni que quedase solo en unas fotos rasgadas y viejas que casi nadie volvería a mirar. 
Estaba firmemente convencida de que debajo de aquellas canas ahora medio teñidas y debajo de aquellas arrugas llenas de juventud, aún estaba esa inocente soñadora que un día, por joven, tuvo que callar. Hoy no, hoy ya no había nada que guardar, no iba a callar. 

En ese instante no era la de ahora, sino la de antes, esa chica loca e insensata, escurridiza como una gata, chica rebelde que a la que ninguno de sus mayores entiende. 

En el silencio  y la calma de aquella tarde y la tranquilidad de su hogar, ordenador en mano, se iba a soltar, iba a volar, volar alto, y a dejarse llevar, iba a perderse en sus recuerdos de ficción y realidad, sin mirar que era cada cuál. Volvería a sus años mozos, sus años locos que traen la edad y que con el tiempo a todos nos gusta recordar, años a los que si volviera, no haría mucho o nada igual.

La vida, pensaba, es un relato y nosotros sus protagonistas, y así sus largos dedos, casi sin pensar, comenzaban a contar y a relatar todos esos momentos, hoy más nítidos en fotos de papel, que en su día vivió hasta tocarle el corazón y la razón, todas las conclusiones a las que llegó, las cosas que con acierto o no, decidió y todos los momentos con los que fantaseó, todo lo que pudo ser y no fue o no se atrevió a hacer. Sería el relato de su vida y la de quienes la acompañaron o se colaron y entrometieron en ella dándole voz y forma a unos sonidos hoy añejos y casi mudos. Era la vida de quienes llegaron y de quienes se fueron.

Son recuerdos de una vida que ya casi no parece suya, recuerdos de cada calle y cada esquina, reunidas en un solo camino que hoy son bonitos recuerdos en blanco y negro que perdurarían más allá de la edad y del tiempo.