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domingo, 28 de junio de 2020

LILITH, MI AMANTE VAMPIRO


        Lilith me miraba tranquila, paciente, sabedora de lo que me costaría creer y aceptar todo lo que estaba pasando, y todo lo que estaba por pasar. Yo, joven de cuerpo y espíritu me había convertido en su nuevo pupilo, ella me había convertido, y ahora tendría que enseñarme un nuevo mundo, tendría que enseñarme que era otra persona, alguien distinto, y tendría que hacerlo con mucha calma, sin prisa, aunque el tiempo para nosotros no sería un problema, teníamos toda la eternidad. Ella era consciente de que allí sentados, yo no saldría de su estupor, no dejaría de darle mil vueltas a la cabeza, y tampoco teníamos toda la noche para quedarnos allí, se levantó ante mi atenta mirada, la de su criatura y me ofreció la mano para que la acompañará, teníamos mucho de que hablar. Yo, a pesar de las mil preguntas que tenía por hacerle, no pude negarme a su ofrecimiento, de algún modo, aún más intenso que antes, seguía sometido a su voluntad, que en todos los aspectos parecía ser más fuerte que yo. Tomado de su mano, noté que había recuperado la temperatura perdida, o tal vez estuvieramos los dos igual de fríos, no lo notaba, para mi la mano de Lilith era suave y cálida, su tacto era agradable, me relajaba. Los dos juntos salimos de la morgue para perdernos en la oscuridad de la noche en la que por sus labios, sin ser un beso, morí humano, la noche que nací vampiro.

Tras esa noche, Lilith se convirtió en mi universo, todo giraba en torno a ella, a su lado no había espacio para nadie más. Me enseñó quienes y que eramos, que hacíamos, me enseñó el por que de nuestra existencia, con ella me sentía como una cría de león con su madre, en el que cada día era una lección nueva para mi; con todo lo que había aprendido como un humano normal, me sentía un completo ignorante, como si no supiera nada, porque nada o muy poco de lo que sabía me servía para ser vampiro. Lilith me enseñó a ver a los humanos de una manera diferente, con ella aprendí a verles como ganado que estaba a mi servidumbre, estaban para mi cuando lo necesitase; aprender esto, aceptarlo como tal, me llevó muchísimo tiempo, en mi nueva condición sobre humana, rechazaba tal situación, no podía ser que aquellos que hasta hace nada eran mis congéneres, ahora solo fueran carne para mi, porque, según ella, nosotros eramos superiores a ellos en todo, eramos una civilización más avanzada que la humana, yendo unos pasos por delante, como si fueramos de otro planeta. Lo cierto es que incluso me costaba aceptar quien era ahora, no asumía mi nueva condición. Me miraba al espejo y odiaba lo que veía, me daba asco verme en él, me veía pálido, muy pálido y ojeroso, parecía enfermo y moribundo, Lilith decía que era porque mi cuerpo necesitaba adaptarse a lo que era ahora, y para ello necesitaba sangre, para que lo entiendas, era lo mismo que cuando al cuerpo se le implanta un órgano nuevo y adecuarse a él, aceptándolo como parte de si mismo; atrás quedaba el Gael humano, el hijo y el amigo, el compañero, atrás quedaba la gente que ahora me daba por desaparecido. Por cierto, si alguna vez has oido o leído que los vampiros no nos reflejamos en el espejo, si lo has visto en alguna película, y seguro que lo has visto, es falso, una auténtica gilipollez, porque cuando te convierten en vampiro, no pierdas toda tu condición humana, y desde luego, no nos hacemos invisibles.

Para no pensar mucho en mi nuevo yo y en como me veía, me centraba en Lilith, le hacía mil preguntas sobre ella, sobre nosotros. Lilith era en la comunidad de los vampiros uno de los miembros más antiguos, tanto como la propia biblia o más, era como la Eva nacida de la costilla de Adán, era tan vieja que la llamaban la madre de los vampiros, pues cuanto menos era una de las primeras mujer-vampiro de la historia, no sé si Drácula existe, no sé si ella nació de él o él de ella, su historia es tan antigua que se pierde en el tiempo. A pesar del rechazo que mi nuevo mundo me causaba, estar con Lilith me fascinaba, tenía un poder de atracción al que nadie se podía resistir, ni humanos ni vampiros, convertía cualquier cosa que hacía en una aventura, y su autoridad en la comunidad vampira, al igual que su fuerza y poder eran incuestionables e increiblemente grandes. Mi llegada a la comunidad, como la de cualquier recién llegado, no fue bien recibida, recelaban de cualquier novato y sobre todo de un vampiro que no fuera un pura sangre, un nacido de vampiro y no un convertido como yo. Lo cierto es que entre ellos corría cierto peligro por el rechazo que causaba, tenía que demostrar cada noche que era un buen vampiro, y mi rechazo a tener que alimentarme de una vida humana a través de la sangre para conservar la mía, no me lo ponía fácil, mi único escudo frente a los demás vampiros y que momentaneamente me hacía conservar la vida, era Lilith, ella era mi guardaespaldas, yo era su protegido, aunque me tocaría espabilar si no quería dormir con un ojo abierto cada día.

La primera vez que probé la sangre, realmente fue asqueroso, tacto y su sabor a hierro como si tuviera un tubo en la boca, eran repulsivos y nauseabundos, y sin embargo no podía parar chupar la vida a traves de ella, era saciante y casi orgásmico, daba placer y poder, me sentía fuerte cuando la bebía, y al mismo tiempo no podía quitarme esa sensacion asquerosa por haberlo hecho, me sentía como un animal carroñero, como una rata asquerosa salida de una cloaca. Por otro lado la envidia y los celos en esa parte humana que ningún convertido pierde, estaba presente bajo el ala protectora de Lilith, y llegaba a tal punto que entre algunos grupos vampíricos corrió el rumor de que yo era algo más que el protegido de la madre de los vampiros, se decía que eramos amantes, y la verdad es que no les faltaba razón.

Con el tiempo y con ella a mi lado, me encontraba cada vez más agusto o acomodado en mi nuevo ser, aceptaba más todo lo que ese nuevo ser conllevaba, asumía lo que necesitaba hacer, era cuestión de supervivencia, y cada vez me encontraba mejor, más fuerte y mi tez ya no la veía tan enfermiza, aunque a ojos humanos siempre me vería pálido, y a ella cada vez la encontraba más hermosa, no solo como vampiro, sino como mujer, una mujer que no había apreciado la primera vez que la vi moribunda en la morgue. Ahora, con mis sentido agudizados, veía la belleza de todo su ser, su hermosa y larga melena negra y sus bellas curvas de mujer, tal vez mi parte humana no podía fijarse en ellas y desearlas, y ella lo sabía, se daba cuenta de ello, y le divertía que los humanos desearan de esa manera el cuerpo ajeno, le divertía la sexualidad y jugaba con ella, jugó conmigo. Me provocaba con insinuaciones, dejaba ver parte de si para alimentar esa sed humana por su cuerpo, y a veces, sabiendo que yo la miraba en su intimidad, se desnudaba para excitar al humano que llevaba dentro, hasta que ya no pude más y dejé de esconderme para verla, no podía resistirme, no quería hacerlo, si tenía que dejarme llevar por la sed de la sangre, no veía porque no dejarme llevar por la sed que sentía por ella. Era todo tan evidente que una noche, casi al amanecer, no me quiso hacer padecer más esa sed y me dejó beber de ella, y no hablo de su sangre, y bebí de aquella mujer, beber de ella fue tan saciante y placentero que era como beber la sangre de joven e inocente virgen deseosa de que la hagan mujer. Después de hacerme vampiro, Lilith me hizo hombre, lo que hizo que la amara en todo su ser. Tras ese amanecer, Lilith era mi todo, era mi creadora, mi mentora y mi protectora, era mi madre y mi hermana, era Lilith, mi amante vampiro.




viernes, 12 de junio de 2020

LA NOCHE QUE NACÍ VAMPIRO

            Me levanté y la miré, y ella abrió los ojos y me miró, estaba viva. Me quedé sin respiración y sin reacción, no podía moverme, solo podía mirarla a los ojos como ella lo hacía a los míos, y sin tal reacción, ella se abalanzó sobre mi sentándose en la mesa sobre la que yacía, cogiendo mi cara con una mano al tiempo que sus labios se cerraban sobre mi cuello y me clavaba sus colmillos como finos cuchillos, inmovilizando todo mi ser, dejando que el dolor de sus cuchilladas se extendiera por todas partes a la vez que la vida parecía escaparse con mi sangre, la sangre que ella engullía y bebía a borbotones e insaciablemente, y después..., nada más. No sentía nada, no sé decir a ciencia cierta si estaba vivo o muerto, no sabía si mi alma vivía mientras mi cuerpo moría, no pasó nada.

Frío, solo sentía frío, estaba temblando cuando recuperé la consciencia, no sabía cuanto tiempo había llevaba así, tirado en el suelo y tiritando como si estuviese helado. Ciertamente lo estaba, me abracé para detener ese estado gélido que nacía de mis entrañas, realmente no sabía que ocurría ni por que, solo tiritaba y aún sentía sus colmillos clavados en mi cuello, con sus labios sobre él, igual que una serpiente sobre su presa inoculándole el veneno, así me sentía yo. Me daba grima y casi asco pensar en como notaba que bebía mi sangre, succionando de mi cuello con exagerada avidez, parecía que todo fuese un mal sueño, eso quería, que fuese nada más que una mal y asqueroso sueño, aunque parecía ser bastante real. Tenía que moverme si no quería morirme ahí congelado y ser un cuerpo más a estudiar en la sucia morgue, me giré para levantarme a pesar de que todavía temblaba por el frío más intenso que había sentido jamás, y al hacerlo, ahí estaba ella sentada en la mesa en la que no sé cuanto tiempo antes perecía, me miraba fijamente con sus ojos vidriosos y con todo el color de piel que antes no tenía. Intenté hablar, pero de tanto tiempo que pasé sin sentido en el frío suelo de la morgue, la voz no me salía, no alcancé a decir nada hasta que pude tragar saliva y ordenar un poco mi cabeza en ese enorme desorden que no llegaba a comprender.

-¡¿Qué?!, es lo único que alcancé a sacar de mi garganta reseca, mientras la mujer de la mesa me miraba impertérrita sin mostrar estado alguno por todo aquello. Advirtiendo mi plena consciencia, se bajo de la mesa con bastante agilidad para haber estado muerta apenas hacía unos minutos o unas horas, se arrodilló junto a mi y me tomó la cara entre sus manos que me parecieron cálidas en comparación con el frío intenso que me atenazaba, y me miró, me miró con la dulzura protectora que solo una madre puede mirar a su hijo, y nuevamente me hipnotizó, me hizo suyo con la mirada de aquellos ojos vidriosos y penetrantes que llegaban al alma, y siendo suyo sentí que el intenso frío se disipaba. Ya no sentía miedo ni inquietud, aunque si tenía mil preguntas que hacer, y ella con una tremenda sencillez me dijo: - tranquilo Gael, todo está bien -, y no supe decirle que no, ni preguntar que pasaba o quien era ella, aceptando que todo estaba bien, aún sin saber que era ese todo. Apartó sus manos y se quedó sentada de rodillas, junto a mi, como si no quisiera abandonarme, entonces por fin pude reaccionar y sentarme junto a ella, me dolía todo el cuerpo, seguramente del tiempo que estuve ahí tirado, inmovil y con el deseo inexplicable de volver a tocarla y sentirla alcancé a preguntarle - ¿qué ha pasado?, ¿quién eres? -, preguntas a las que ella respondió con una sonrisa que parecía querer decir "tranquilo, te contaré todo".

- Hola Gael, soy Lilith -dijo presentándose con voz cálida y suave y tranquilizador.

- ¿Lilith? -pregunté. - ¿quién eres?, ¿qué está pasando?, ¡¿qué me has hecho?! -pregunté alzando la voz en un tono que iba de la preocupación al enfado y casi al miedo.

- Que me has hecho tú, Gael. Me has devuelto la vida con tu sangre llena de juventud, y por ello te estaré eternamente agradecida.

- ¡¿Has bebido mi sangre?! -le espeté horrorizado y asqueado- ¡¿qué clase de monstruo eres?!.
- Soy un vampiro, Gael -respondió ella con una frialdad y tranquilidad pasmosa, como si ser vampiro fuese lo más normal del mundo.

- ¿Vampiro? -pregunté, incrédulo.- Los vampiros no existen, son cuentos y leyendas, fantasias de borrachos y charlatanes.

-No, no somos cuentos ni leyendas. Somos reales, Gael, y ahora tú también eres uno de los nuestros. Ahora eres un vampiro.

Me quedé mirando ojiplático a Lilith durante un rato, incrédulo. Solté una pequeña carcajada como si todo aquello fuese una mala broma, pero lo cierto es que hace un rato Lilith, esa mujer que me estaba contando todo aquello que sonaba a fantasía, yacía muerta sobre la mesa de una morgue, y ahora estaba sentada en el suelo frente a mi, con toda la vida del mundo, un mundo que sin saberlo, sin ser consciente de ello, había cambiado para siempre.

- ¡¿Un vampiro dices?!, ¿ahora he de morder cuellos y beber sangre para vivir?, ¿soy un chupasangres ahora?, ¿en eso me has convertido?.

- Es una manera muy básica de resumirlo, Gael -respondió ella- pero sí, eso es lo que eres ahora. Ya no eres un ser humano cualquiera, ahora eres un hijo de la noche, como yo, y aunque ahora te encuentras relativamente débil por toda la sangre que me has dado para devolverme la vida, pronto serás más fuerte cualquiera humano que hayas conocido hasta ahora.

- ¡Dado! -le espeté- la has tomado por la fuerza, ¡me la has arrancado!.

- Entiendo que ahora lo veas así, entiendo cuantas emociones te embargan ahora, mi bella criatura, pero con el tiempo lo verás como un regalo que nos hicimos mutuamente, tú me has devuelto la vida y yo te he dado una nueva vida, una vida eterna.

- Eterna -dije casi entre susurros- ¿soy inmortal?, ¿somos inmortales?.

- Si, somos inmortales, pero también podemos morir -respondió Lilith, confundiéndome más por la ambigüedad de la respuesta, ¿si y no?. - En esos cuentos y leyendas que mencionabas, hay verdad. Que los crucifijos nos pueden matar, es mentira, no somos anticristianos ni anticristos, no es cuestión de dioses, tampoco es cierto lo de los ajos y las estacas, pero si lo del sol, somos vulnerables a su calor, por lo que nos vemos relegados a vivir de noche, la noche es nuestro día. La sangre es nuestro alimento, sin ella estamos condenados Gael, y solo un vampiro tiene la fuerza y el poder de matar a otro vampiro, no hay ser humano que pueda hacerlo.

- ¿Y mis padres?, ¿qué hago con ellos?, ¿qué les digo?, ¿y a toda la gente que conozco?.

- ¿Decirles Gael?, ¿qué les vas a decir?, ¿que una mujer moribunda en la morgue bebió tu sangre, y tras haber estado muerto un buen rato, has despertado siendo un vampiro y ahora tienes que beber sangre para vivir?. ¡No!, no puedes mostrarte al mundo sin más, como si estuvieras desnudo, no lo entenderán. Te verán como tú me has visto a mi, como un monstruo, es mejor que todos te den por desaparecido sin explicarse por qué. Tienes que desaparecer de su mundo, porque es mundo ya no es el tuyo, ya no te pertenece ni eres parte de él. -me dijo ante mi creciente consternación.

- ¿Y ahora qué? -pregunté.

Lilith me miraba tranquila, paciente, sabedora de lo que me costaría creer y aceptar todo lo que estaba pasando, y todo lo que estaba por pasar. Yo, joven de cuerpo y espíritu me había convertido en su nuevo pupilo, ella me había convertido, y ahora tendría que enseñarme un nuevo mundo, tendría que enseñarme que era otra persona, alguien distinto, y tendría que hacerlo con mucha calma, sin prisa, aunque el tiempo para nosotros no sería un problema, teníamos toda la eternidad. Ella era consciente de que allí sentados, yo no saldría de su estupor, no dejaría de darle mil vueltas a la cabeza, y tampoco teníamos toda la noche para quedarnos allí, se levantó ante mi atenta mirada, la de su criatura y me ofreció la mano para que la acompañará, teníamos mucho de que hablar. Yo, a pesar de las mil preguntas que tenía por hacerle, no pude negarme a su ofrecimiento, de algún modo, aún más intenso que antes, seguía sometido a su voluntad, que en todos los aspectos parecía ser más fuerte que yo. Tomado de su mano, noté que había recuperado la temperatura perdida, o tal vez estuvieramos los dos igual de fríos, no lo notaba, para mi la mano de Lilith era suave y cálida, su tacto era agradable, me relajaba. Los dos juntos salimos de la morgue para perdernos en la oscuridad de la noche en la que por sus labios, sin ser un beso, morí humano, la noche que nací vampiro.

jueves, 4 de junio de 2020

SOY GAEL Y SOY UN VAMPIRO

  

    Algunos me conocéis vagamente por ser el tío que se lió con Karla sin decirle quien era, o más bien, qué era, solo me conocéis por Gael, mi nombre de pila, pero soy más que eso, soy Gael y soy un vampiro.

Nací hace tanto tiempo que no te lo creerías jamás, en cuna de una Irlanda tan antigua que sus origenes se remontan a las antiguas escrituras romanas y libros de poesía irlandesa, o a mitos y restos arqueológicos, nací en una Irlanda en la que la clase anglo-irlandesa empezaba a ver al país como su país de cuna, y no al que lo coronoba, Inglaterra. Hace tanto de todo eso que a veces me cuesta recodar de donde vengo.

Mi vida transcurría como la de cualquier otro de quien te pueda hablar, tuve una infancia humilde y disciplinada, a veces incluso severa o demasiado rigida, llevada por unos padres, que como buenos irlandeses, eran católicos practicantes. Sin embargo, como cualquier joven de cualquier época, me revelaba contra la corriente de la que venían y que querían para mi. Mi madre me instruía en el catolicismo y en ser un buen hijo de Dios y esas cosas que a cualquier hijo le parecen lo que hoy día es un coñazo, y mi padre se empeñaba en instruirme en las letras, quería para mi cualquier futuro ligado a ellas, abogado, político, dramaturgo..., a todas ellas le veía más salida que a cuanta cosa le pudieras decir, y de mucho más empaque o nobleza, cosas que a veces me sacaban un tanto de quicio y a me hacían pensar que le hubiesen criado con un palo en el culo. A mi me interesaban más otras ciencias más físicas, medicina o incluso psicología, aunque esta no fuese muy física, pero me llamaba la atención el comportamiento del cerebro, además de la cura de unas enfermedades que entonces tenían una cura arcaica para los tiempos en los que vives, o incluso no tenían cura. Estaba claro que siendo de la misma época, eramos de mundos diferentes.

Aunque llevé mis estudios superiores por el lado que mi padre quería, por contentarle, en mis ratos libres en los que fingía ir con mis compañeros de letras, me escapaba con algunos estudiantes de medicina para estudiar el cuerpo humano, el estudio no era muy agradable, pues era con los muchos cadáveres que se amontonaban, por enfermedad, pobreza o guerra, en la vieja morgue y que nos servían de experimentos varios. Me costó acostumbrarme a ese olor a muerto que a veces mareaba y con el que, por momentos, costaba respirar, el nauseabundo perfume dejó de ser un problema cuando te hacías a él y se mezclaba con el olor a humedad viejumbre de la morgue.

En una de esas visitas a la morgue, cuando ya pasaba de los veinte años y mis padres empezaban a subastarme entre las jóvenes casaderas y a relacionarme en un circulo social sensiblemente superior al mío, el forense de la ciudad que nos inculcaba en su ciencia, nos asignó a cada uno por separado un sujeto al que estudiar, era como un exámen práctico de todo lo que nos había enseñado. A mi me tocó una fémina que parecía sensiblemente mayor que yo, hoy te diría que tendría unos 40 años, aunque con la palidez mortuoria que tenía, no os sabría decir. Podría decir que mi caso no habría sido más especial que otros a primera vista, no destacaba en ella nada especial, ni siquiera había nombre que ponerle, quien sabe donde la habían encontrado o de donde la habían traído. Por las ropas, aún sucias y un tanto harapientas, parecía una señora de bien, de buena familia, en su dedo anular tenía la marca de un anillo que probablemente le hubiesen robado, imagino que sería un anillo de casada. Tocar su piel helaba el corazón.

No sé decir por que me sentí atraido por ella, atado ella como si desde lo más profundo de su alma me hablase, no podía despegar la mirada de ella, como si todo lo demás hubiese desaparecido, como si solo estuvieramos en esa morgue los dos, solos, toda mi atención era para esa mujer desconocida e inerte, de piel casi gris. Intentando volver a lo que nos ocupaba allí, volqué toda  mi atención en cuantos signos pudiera presentar y que me pudieran decir de que murió, y en su busqueda di con algo absolutamente inusual y casi de dificil explicación, en su cuello había dos marcas, ya cicatrizadas, parecían heridas muy antiguas, como si de dos pinchazos se tratase, pero más gordos que una aguja de las que pudiera usar un médico. Eran dos marcas paralelas la una a la otra, perfectamente simétricas separadas apenas por unos centímetros entre sí. Casi arrancándome esa atracción que no me dejaba separarme de ella, se lo dije al profesor-forense, y aunque las marcas llamaron atrajeron toda su atención, no sentí que fuese como la que sentía yo, lo suyo era más cientifico como lo mío. Al verlas, no tenía claro si estas eran de aguja o incluso podrían ser de serpiente, tendría que estudiarlo en profundidad, ademas de ese par de marcas, tenía un corte en el cuello, de lado a lado recién cosido, esa parecía ser la causa de su muerte, pero..., ¿quién podía hacer una cosa así a una dama?. Cuanto más la miraba, más atraído me sentía por ella, no podía apartar la mirada de ella, ni pensar en otra cosa, era como hipnotizado, me sentia atrapado por todo, hasta sentía un olor que emanaba de su cuerpo y que no se mezclaba con los demás, me atrapaba por los poros tomando todo mi ser, como si de un virus se tratase, solo pensaba en ella, sin percatarme de nada mas. Tal era el ensimismamiento, que sin darme cuenta, me quedé solo en la morgue con todas aquellas almas inertes, todos se habían ido, incluso el profesor forense, que probablemente y al ver que no me iba, me hubiese dicho que cerrase al salir, o tal vez no se hubiese fijado en que me quedaba rezagado mientras los demás se iban. No me importó quedarme solo, casi lo agradecía, así podría centrarme plenamente en ella sin que nadie nos molestara.

Se hacía de noche, el sol se iba y la morgue oscurecía. Sabía que mis padres me estarían esperando con la cena puesta, problablemente incluso hubieran cenado ya, dejando mi plato frío en la mesa, estarían preocupados y molestos por mi ausencia sin noticias, no era habitual en mi tanto retraso, no era a lo que les tenía acostumbrados, lo sabía y no me importaba, no podía salir de alli y dejarla la sola, era incapaz, ella no me dejaba. Seguí estudiandola y mientras lo hacía, volví a su cuello, a esos misteriosos pinchazos, los palpé, y al hacerlo noté algo extraño que no había notado antes, tenía pulso, era debil, pero pareciera que su sangre volviese a correr por sus venas, como si la noche le diera la vida; su pulso hizo que un gélido escalofrío recorriera mi cuerpo, ¡no podía ser posible!, ¿acaso cuando la llevaron a esa inmunda sala, estaba viva?. Todo aquello resultaba surrealista y casi sobrenatural, todo aquello sonaba tan loco que no habría quien se lo creyese, si se lo contaba a alguien, podría acabar en alguna institución mental lejos del mundo. La luna, más blanca y luminosa de que lo que recordaba haberla visto, iluminaba la morgue, la iluminaba a ella volviendo su piel más pálida, el pulso de la misteriosa mujer aumentaba cobrando más vida, parecía resucitar. Tal era esa sensación, que incluso me pareció ver que sus labios se movieran, como si quisiera respirar o susurrar algo, la curiosidad era tan grande que me acerque a ellos, al hacerlo noté el calor de su aliento en mi oreja, y la oí, la escuché decir mi nombre, Gael, lo escuché con tal asombro que abrí los ojos como persianas en una mañana soleada, quedándome ojiplático. Me levanté y la miré, y ella abrió los ojos y me miró, estaba viva. Me quedé sin respiración y sin reacción, no podía moverme, solo podía mirarla a los ojos como ella lo hacía a los míos, y sin tal reacción, ella se abalanzó sobre mi sentándose en la mesa sobre la que yacía, cogiendo mi cara con una mano al tiempo que sus labios se cerraban sobre mi cuello y me clavaba sus colmillos como finos cuchillos, inmovilizando todo mi ser, dejando que el dolor de sus cuchilladas se extendiera por todas partes a la vez que la vida parecía escaparse con mi sangre, la sangre que ella engullía y bebía a borbotones e insaciablemente, y después..., nada más. No sentía nada, no sé decir a ciencia cierta si estaba vivo o muerto, no sabía si mi alma vivía mientras mi cuerpo moría, no pasó nada.

Continuará...