Algunos me conocéis vagamente por ser el tío que se lió con Karla sin decirle quien era, o más bien, qué era, solo me conocéis por Gael, mi nombre de pila, pero soy más que eso, soy Gael y soy un vampiro.
Nací hace tanto tiempo que no te lo creerías jamás, en cuna de una Irlanda tan antigua que sus origenes se remontan a las antiguas escrituras romanas y libros de poesía irlandesa, o a mitos y restos arqueológicos, nací en una Irlanda en la que la clase anglo-irlandesa empezaba a ver al país como su país de cuna, y no al que lo coronoba, Inglaterra. Hace tanto de todo eso que a veces me cuesta recodar de donde vengo.
Mi vida transcurría como la de cualquier otro de quien te pueda hablar, tuve una infancia humilde y disciplinada, a veces incluso severa o demasiado rigida, llevada por unos padres, que como buenos irlandeses, eran católicos practicantes. Sin embargo, como cualquier joven de cualquier época, me revelaba contra la corriente de la que venían y que querían para mi. Mi madre me instruía en el catolicismo y en ser un buen hijo de Dios y esas cosas que a cualquier hijo le parecen lo que hoy día es un coñazo, y mi padre se empeñaba en instruirme en las letras, quería para mi cualquier futuro ligado a ellas, abogado, político, dramaturgo..., a todas ellas le veía más salida que a cuanta cosa le pudieras decir, y de mucho más empaque o nobleza, cosas que a veces me sacaban un tanto de quicio y a me hacían pensar que le hubiesen criado con un palo en el culo. A mi me interesaban más otras ciencias más físicas, medicina o incluso psicología, aunque esta no fuese muy física, pero me llamaba la atención el comportamiento del cerebro, además de la cura de unas enfermedades que entonces tenían una cura arcaica para los tiempos en los que vives, o incluso no tenían cura. Estaba claro que siendo de la misma época, eramos de mundos diferentes.
Aunque llevé mis estudios superiores por el lado que mi padre quería, por contentarle, en mis ratos libres en los que fingía ir con mis compañeros de letras, me escapaba con algunos estudiantes de medicina para estudiar el cuerpo humano, el estudio no era muy agradable, pues era con los muchos cadáveres que se amontonaban, por enfermedad, pobreza o guerra, en la vieja morgue y que nos servían de experimentos varios. Me costó acostumbrarme a ese olor a muerto que a veces mareaba y con el que, por momentos, costaba respirar, el nauseabundo perfume dejó de ser un problema cuando te hacías a él y se mezclaba con el olor a humedad viejumbre de la morgue.
En una de esas visitas a la morgue, cuando ya pasaba de los veinte años y mis padres empezaban a subastarme entre las jóvenes casaderas y a relacionarme en un circulo social sensiblemente superior al mío, el forense de la ciudad que nos inculcaba en su ciencia, nos asignó a cada uno por separado un sujeto al que estudiar, era como un exámen práctico de todo lo que nos había enseñado. A mi me tocó una fémina que parecía sensiblemente mayor que yo, hoy te diría que tendría unos 40 años, aunque con la palidez mortuoria que tenía, no os sabría decir. Podría decir que mi caso no habría sido más especial que otros a primera vista, no destacaba en ella nada especial, ni siquiera había nombre que ponerle, quien sabe donde la habían encontrado o de donde la habían traído. Por las ropas, aún sucias y un tanto harapientas, parecía una señora de bien, de buena familia, en su dedo anular tenía la marca de un anillo que probablemente le hubiesen robado, imagino que sería un anillo de casada. Tocar su piel helaba el corazón.
No sé decir por que me sentí atraido por ella, atado ella como si desde lo más profundo de su alma me hablase, no podía despegar la mirada de ella, como si todo lo demás hubiese desaparecido, como si solo estuvieramos en esa morgue los dos, solos, toda mi atención era para esa mujer desconocida e inerte, de piel casi gris. Intentando volver a lo que nos ocupaba allí, volqué toda mi atención en cuantos signos pudiera presentar y que me pudieran decir de que murió, y en su busqueda di con algo absolutamente inusual y casi de dificil explicación, en su cuello había dos marcas, ya cicatrizadas, parecían heridas muy antiguas, como si de dos pinchazos se tratase, pero más gordos que una aguja de las que pudiera usar un médico. Eran dos marcas paralelas la una a la otra, perfectamente simétricas separadas apenas por unos centímetros entre sí. Casi arrancándome esa atracción que no me dejaba separarme de ella, se lo dije al profesor-forense, y aunque las marcas llamaron atrajeron toda su atención, no sentí que fuese como la que sentía yo, lo suyo era más cientifico como lo mío. Al verlas, no tenía claro si estas eran de aguja o incluso podrían ser de serpiente, tendría que estudiarlo en profundidad, ademas de ese par de marcas, tenía un corte en el cuello, de lado a lado recién cosido, esa parecía ser la causa de su muerte, pero..., ¿quién podía hacer una cosa así a una dama?. Cuanto más la miraba, más atraído me sentía por ella, no podía apartar la mirada de ella, ni pensar en otra cosa, era como hipnotizado, me sentia atrapado por todo, hasta sentía un olor que emanaba de su cuerpo y que no se mezclaba con los demás, me atrapaba por los poros tomando todo mi ser, como si de un virus se tratase, solo pensaba en ella, sin percatarme de nada mas. Tal era el ensimismamiento, que sin darme cuenta, me quedé solo en la morgue con todas aquellas almas inertes, todos se habían ido, incluso el profesor forense, que probablemente y al ver que no me iba, me hubiese dicho que cerrase al salir, o tal vez no se hubiese fijado en que me quedaba rezagado mientras los demás se iban. No me importó quedarme solo, casi lo agradecía, así podría centrarme plenamente en ella sin que nadie nos molestara.
Se hacía de noche, el sol se iba y la morgue oscurecía. Sabía que mis padres me estarían esperando con la cena puesta, problablemente incluso hubieran cenado ya, dejando mi plato frío en la mesa, estarían preocupados y molestos por mi ausencia sin noticias, no era habitual en mi tanto retraso, no era a lo que les tenía acostumbrados, lo sabía y no me importaba, no podía salir de alli y dejarla la sola, era incapaz, ella no me dejaba. Seguí estudiandola y mientras lo hacía, volví a su cuello, a esos misteriosos pinchazos, los palpé, y al hacerlo noté algo extraño que no había notado antes, tenía pulso, era debil, pero pareciera que su sangre volviese a correr por sus venas, como si la noche le diera la vida; su pulso hizo que un gélido escalofrío recorriera mi cuerpo, ¡no podía ser posible!, ¿acaso cuando la llevaron a esa inmunda sala, estaba viva?. Todo aquello resultaba surrealista y casi sobrenatural, todo aquello sonaba tan loco que no habría quien se lo creyese, si se lo contaba a alguien, podría acabar en alguna institución mental lejos del mundo. La luna, más blanca y luminosa de que lo que recordaba haberla visto, iluminaba la morgue, la iluminaba a ella volviendo su piel más pálida, el pulso de la misteriosa mujer aumentaba cobrando más vida, parecía resucitar. Tal era esa sensación, que incluso me pareció ver que sus labios se movieran, como si quisiera respirar o susurrar algo, la curiosidad era tan grande que me acerque a ellos, al hacerlo noté el calor de su aliento en mi oreja, y la oí, la escuché decir mi nombre, Gael, lo escuché con tal asombro que abrí los ojos como persianas en una mañana soleada, quedándome ojiplático. Me levanté y la miré, y ella abrió los ojos y me miró, estaba viva. Me quedé sin respiración y sin reacción, no podía moverme, solo podía mirarla a los ojos como ella lo hacía a los míos, y sin tal reacción, ella se abalanzó sobre mi sentándose en la mesa sobre la que yacía, cogiendo mi cara con una mano al tiempo que sus labios se cerraban sobre mi cuello y me clavaba sus colmillos como finos cuchillos, inmovilizando todo mi ser, dejando que el dolor de sus cuchilladas se extendiera por todas partes a la vez que la vida parecía escaparse con mi sangre, la sangre que ella engullía y bebía a borbotones e insaciablemente, y después..., nada más. No sentía nada, no sé decir a ciencia cierta si estaba vivo o muerto, no sabía si mi alma vivía mientras mi cuerpo moría, no pasó nada.
Continuará...
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