Hay distancias cortas, distancias largas, distancias ínfimas y distancias infinitas, y en todas ellas está el mismo problema, en medio siempre está la nariz, esa nariz infinita y alargada que no se sabe donde empieza ni donde acaba, y que siempre está en toda la cara colgada como si nada.
Siempre te acompaña, en las buenas y en las malas, como a un obrero el pico y la pala. Siempre está ahí esa interminable nariz más grande que una mazorca de maíz. Es tuya, solo tuya, y sabes que nadie la querrá ni aunque se la intentes regalar, porque es grande e incluso gigante como el infinito en el mar.
Es una napia más alta y más grande que una tapia, y que al sol todo ese mogollón se vuelve pimiento morrón; una trompa que vino en tromba y ahí se quedó, un apéndice en la cara a fuego pegada, que con la edad crece o eso parece. Orgullosa y lustrosa, esta nariz engorda y te desborda sin piedad, sin poderla frenar aunque cada día se parezca más a una barra de pan.
Para bien y para mal en esa cara se va a quedar sin que nadie la pueda despegar; para mal o para bien no hay nariz igual, escondida entre cien o más.
Es esa ñata a una cara pegada como una garrapata, a veces rebelde, a veces ingrata. Una percha larga como una mecha, enorme y nada estrecha que en tu geta alguien dejó medio hecha.
Y sin más que hablar de esta enorme nariz sin par, colorín, colorado a este eterno y perenne hocico nada pequeñico os he presentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario