Llevaba un rato sentado en su escritorio, delante de su ordenador, con la hoja en blanco, sin saber que escribir, sin ideas, y casi sin ganas, pero algo debía de hacer ese día. En la editorial esperaban sus páginas, aquellas que no podía retrasar más, o todo el proyecto se iría a la mierda, pero no sabía que escribir. Leía y releía lo escrito en busca de ideas, en busca de inspiración, le daba mil vueltas, pero estaba bloqueado, y nada salía de su enorme cabeza.
Miraba por la ventana, miraba a toda esa gente al sol, que iba y venía, que se abrasaba al calor de aquel mes de Julio, les veía abanicarse, y buscar la sombra como él buscaba la inspiración, sin embargo, él como ellos, padecía los calores del momento y solo lograba transpiración. Aquello era frustrante y agotador, casi tenso, porque el tiempo corría y se le echaba encima, aplastándolo, dejándolo casi sin respiración.
Sentía, o al menos pensaba, que ya no era la misma persona de antes a la hora de escribir, parecía que las ideas que antes rebosaban en su cabeza, ya no le llenaban, ya no estaban ahí, como si hubiesen emigrado, cual bandada de pájaros que se va al llegar el invierno, yéndose estas, sus ideas, en verano, huyendo del infernal calor de Madrid.
Antes era como si las líneas, atrajesen a mas líneas, y esas a muchas más, llegando casi a agolparse y apelotonarse en aquellas páginas en blanco, dejándolas casi pequeñas, casi insuficientes para todo lo que salía de su cabeza, como si de una caja de llena de ellas se tratase. Antes casi no necesitaba pensarlas, llegaban solas, y se quedaban ahí, era como si estas invitasen a muchas más, era como una fiesta de ideas, en las que invitas a unas pocas, y esas pocas invitan a más, hasta llenarlo todo y superar el afóro. Sin embargo ya no lo sentía así, no le llegaban, ni le llamaban. Era como si necesitase que alguien le dijera que escribir.
Por un lado, a veces le daban ganas de dejarlo todo, de no seguir, e incluso de dedicarse a otra cosa, por otro, quería y deseaba ser como aquellos a los que leía o había leído en su día, deseaba ser conocido y reconocido como ellos, e incluso influyente para los demás, sentirse que estaba sentado un escalón por encima de ellos, lo cual no dejaba de ser ególatra y hasta pedante, pero se sentía así y no podía evitarlo.
Sin embargo no daba el nivel, tal vez, por mucho que lo quisiera, aquello no era lo suyo, y se estaba metiendo en un mundo que no le correspondía, aunque quienes le conocían, siempre le habían dicho que por que no escribía un libro, que escribir se le daba bien, y tal vez, se lo creyó, y creyó en él, y entonces escribió. Aunque ese día no, ese día no era el que tocaba, o no se dejaba tocar, no le salía ni le daba forma a nada, y esa nada le hacía sudar más que el calor.
Ese día en lugar de inspiración, había transpiración.
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