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lunes, 5 de agosto de 2019

LA TRISTE ESTRELLA A LA QUE TODOS MIRAN

    Se encontraba cerca de la puerta del lujoso hotel que ese día era el centro de atención de todo el universo, estaba en medio del gentío formado alrededor, no sabía como había logrado colarse y llegar hasta ahí, pero lo había hecho, estaba casi en primera fila, esperando como todos, a poder ver pasar a su estrella. Todos la querían ver, todos hacían por estar los primeros, al pie del cordón de seguridad para verla pasar. 

Había cámaras de televisión y fotógrafos por todas partes, un cordón policial que parecía insuficiente ante la que había montada, intentaba controlar aquel descontrol que se formó por ella, por la estrella que todos querían ver, tocar, y saludar. Era como una reunión de tiburones salvajes. Para los que estaban ahí, era como un día de fiesta, un día especial, un día de esos que pasan cada no se cuantos años, y en un momento en el que todos miraban a todas partes, y a ningún lugar, apareció su estrella. 

Llegó en un monovolumen de alta gama, espectacular, era de color negro, muy negro, se podría decir que era de color carbón oscuro, era metalizado, y a la luz del sol brillaba mucho, casi tanto como los tropecientos flashes que saltaron como chispas al verla llegar, y no la dieron tiempo ni a salir de su flamante vehículo. El monovolumen se detuvo en frente de la puerta del hotel, a la gente se le disparaba la adrenalina, gritaban su nombre, o simplemente gritaban locos ante ese fenómeno social, que casi parecía sin precedentes, aunque no lo fuera, recordando un poco a la llegada de Ava Gardner a España, cuando se vino a vivir aquí, huyendo del devorador Hollywood, de hecho a ella la comparaban con Ava, y su llegada también, la comparaban en casi todo, como si fuera un déjà vu todo lo que estaba pasando, pareciendo que la historia se repitiese. Un guardaespaldas del tamaño de un gorila gigante se bajó del asiento del copiloto, y cuando pudo, abrió la puerta de los pasajeros, y unos treinta segundos después, apareció ella, radiante, más brillante que el monovolumen y que la lluvia de flashes; intentaba pasar despercibida ante tal marabunta, imposible, solo si fuese del tamaño de una hormiga, podría lograrlo. Se quitó sus enormes gafas de sol y se esforzó por sonreír un poco, y en ese momento ella miró hacia su lado, se miraron, ella más bien miró a todo y la nada, un poco al vacío, pero por un breve instante, se miraron, y se dio cuenta, o le pareció ver su verdadera mirada, una mirada triste, como de no querer estar allí, ni todo aquello en lo que se veía envuelta, como si quisiera escapar. 

Escapar, imposible salir de esa jaula de tiburones psicóticos y hambrientos de ella, estaba en un lugar donde abundaban y rebosaban los paparazzi que la acosarían día y noche. 

En los mismos segundos o menos de los que tardó en bajarse de ese carbón oscuro con ruedas, se metió en el hotel y despareció de casi todos los ojos que allí se encontraban, y allí trataron de aislarla de todo aquel alboroto, mientras la gente no cesaba de llamarla como si la quisieran devorar, la prensa intentó hacerle mil fotos en un momento, saltaron tantos flashes que ya no sabía se estaba cegado por ellos o por el sol. En cualquier caso todo pasó en un momento, ya la vio, y probablemente no la volvería a ver como en aquella ocasión, no volvería a ver a la triste estrella a la que todos miran.

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