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lunes, 23 de septiembre de 2019

UNA CORONA GRANDE PARA UNA REINA PEQUEÑA

     Por esas crueles leyes de la vida, siendo niña, muy niña para algunos, se vio obligada a dar la cara frente a su gran nación, muy grande para ella según algunas bocas, se vio obligada a madurar y crecer casi de un día para otro, a ser mujer.

No se podía negar ni ocultar que tenía cierto miedo y vértigo ante todo lo que estaba sucediendo, y lo que estaba por venir, pero ella, al igual que su antecesor, y quien bien la enseñó, era valiente y osada, era una guerrera rebelde que a pesar de las enormes circunstancias, no se dejaba amilanar.

A pesar de la inocencia que en ella veían los demás, sabía que tendría que librar mil batallas fuera, y sobre todo dentro de su palacio, que muchos veían y querían que fuera de cristal, y a buen seguro mucho harían por conseguirlo. Sabía que de casi nade se podía fiar, carroñeros y leones deseosos de devorarle el poder la rodeaban agazapados esperando poder darle caza en cuanto ella se descuidara. Bien era cierto que no todas eran alimañas, habrían quien la cuidaría y bien la aconsejaría para su buen hacer.

Muchos pensaban que aquel reino, el más grande entre los reinos, era una corona grande para una reina pequeña, y ya maquinaban como ser reyes y reinas bajo su sombra, como dirigirla para hacer esto y aquello, e incluso, ya tan joven, con quien casarla para dominarla, y de paso asegurar un heredero, su heredero, el de todos ellos que resabiados pretendían ser más que ella. Sin embargo, pocos vieron que era un corcel salvaje, a quien no podrían domar, y más pronto que tarde soltó coces y voces, haciéndose grande y tomando su lugar, en un palacio más grande y menos de cristal.

Quisieron implantarle una mano derecha con la que señalar, olvidando que con la izquierda, bien podía azotar a esas moscas cojoneras revoloteantes, dando paso a un todavía joven ministro que se hizo amigo y casi algo más, para envidia y recelo de caras largas y casi sorprendidas. Y hasta en su coronación eligió su canción con la que bailar, y a todas esas hienas, unas ya gordas y viejas, abofetear, demostrando y haciendo ver, que aquel reino de reinos que portaba en su cabeza, no era una corona grande para una reina pequeña.

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