Estaba ahí, lo sabes, a penas unos pocos metros que se contaban con los dedos de una mano nos separaban, y me viste, así que no digas que no. Por capricho del destino, que a veces es así de cabrón, coincidimos en el mismo espacio, el mismo día y a la misma hora.
Dios, el diablo o no sé quien, quiso que tú, precisamente tú, estuvieras en la presentación, y para rizar el rizo y hacerlo aún peor, en primera fila, para que se te viera bien, para que me vieras bien, sin perder detalle. Y nos vimos, porque era imposible no vernos, no mirarnos estando tan cerca el uno del otro.
Fue un segundo, poco más, poco menos, tu mirada y la mía se cruzaron en tan pequeño espacio, y tú rápidamente la apartaste fingiendo no haberme visto, haciendo como que no estaba ahí, pero estuve, y nos vimos aunque no quieras, como no quise yo. Me ocupaba de los pequeños y últimos detalles de la presentación, y te vi, y ella te también te vio, que coño, ¡el mundo entero te vio!. Todos sabían que estabas ahí, porque te encanta hacerte notar, te encanta que te vean, eso si, de puertas para afuera, pura fachada todo, y con esa fachada ser el centro de atención, aunque ese día eras puro relleno y nada más, eras un figurante más de una película, mi película, y con el mismo silencio con el que llegaste, te irías, porque ese momento no era para ti.
Y en ti me quedaría yo, en tu mente, en tus pensamientos y en tus temores ante lo que yo pudiera decir de ti después de haberte visto, porque temes y te importa mucho el que dirán de ti, te importa si hablarán de ese puro envoltorio con el que te muestras al mundo, o de ti dirán la verdad. En cambio tú no quedarás en mi, ya no, ya pasé la página de ese libro que no leeré más, un libro empolvado en ricón que solo está ahí para tirar, regalar, o simplemente para olvidar, en cualquier caso y de cualquier manera, nunca digas que no me has visto.
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