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lunes, 29 de abril de 2019

CARTA DE UN ASESINO CONFESO

       Aquella mañana de primavera, en aquella playa de la Costa Azul, tras muchos meses de frío, y de ir y salir continuamente de los calabozos del juzgado de Londres para ver a su cliente, y donde enfermó gravemente, se encontraba bien, era como si hubiese despertado de una pesadilla, o de un mal sueño. Incluso tenía buen aspecto, sin su bigote, que le había acompañado durante media vida o más, parecía más joven y saludable. Sentado en la arena con su traje blanco, inspiró profundamente, llenándose cuanto podía de aquel olor a mar, con los ojos cerrados, escuchando las olas rompiendo al llegar a la orilla, se sentía bien y tranquilo.

Dejándose llevar por ese momento de paz, un cuerpo le hizo sombra, y le despertó, nombrándole con su acento francés, al tiempo que le acercaba un sobre, una carta. Él la tomó agradeciéndole en inglés, olvidando donde estaba y que tal vez, aquella persona pudiera no hablarlo, no se percató de aquello en absoluto. Se quedó mirando el sobre, sorprendido, casi sin saber que hacer, no entendía quien podía escribirle ahí, si no le había dicho a nadie donde estaría, solo su esposa que lo acompañó, podría habérselo dicho a alguien, aunque lo dudaba, fue ella quien le insistió en no decírselo a nadie. En cualquier caso, la carta era para solo él, estaba a su nombre, sin dirección ni remitente. Se puso las gafas y la abrió, entre la sorpresa y la desgana de hacerlo. La leyó, y aunque al principio no entendía nada, su cara fue tornándose en sorpresa y estupor, tanto que la tuvo que leer de nuevo, sin poder o querer creerse cada línea.

La carta, resultó ser de aquel cliente de Londres al que salvó de una larga condena, en ella, le agradecía sus servicios, su interés e insistencia ante un caso que cualquier otro abogado no habría querido coger, en ella, además del agradecimiento, sentía su ingenuidad al haberle creído inocente de aquello, sentía que se hubiese creído a su esposa en su papel de despechada por una infidelidad buscada. Literalmente la carta decía así:

"Estimado abogado Matthew Jones, no podía irme sin despedirme, y sin agradecerle todo el tiempo y el esfuerzo empleados en mi, toda la fe que puso en mi y en mi inocencia, donde y cuando nadie más quiso ni se atrevió a hacerlo, es algo que nunca podré ni tendré como pagarle. 

Lamento todas las molestias personales que le haya podido causar, tanto por el tiempo que le quité con su esposa, como los problemas de salud que le causaron las entradas y las salidas en nuestros encuentros en aquellos lúgubres calabozos. 

También siento haberme aprovechado de su ingenuidad al creerme inocente de los delitos que realmente si cometí, pero mi esposa y yo debíamos buscar la manera de salir de todo aquello y evitar la irreversible condena que me hubiese caído en manos de toda esa corte que deseaba declararme culpable. Pero sabíamos y debíamos invalidar de algún modo el testimonio de la criada de aquella vieja que pretendía adueñarse de mi juventud, y de la cual yo solo pretendía su dinero. 

Gracias a la teatralidad de mi esposa y a su ingenuidad, aquella criada a la que no le caía nada bien, pareció despechada ante la posibilidad de no recibir aquello que creía y era justo por tantos años de fidelidad, y que podría, y pude llevarme yo. 

Solo me queda agradecerle todo lo hecho por mi, una vez más, y desearle una felices vacaciones, antes de su vuelta a nuestra lluviosa Londres. 

Con cariño, Conrad y Lorraine". 

Aún después de haberla leído y releído, no podía dar crédito a todo aquello, tras el caso todo el mundo le creía un gran abogado, o al menos un buen abogado, él siempre pensó que hacía lo correcto, se lo creyó todo, y ahí sentado veía, sin querer aceptar, que había sido objeto de una vil y miserable mentira. 

Todo aquello no podía ser verdad, se decía una y otra vez que no podía ser, tal era su nivel de negación que el pulso se le aceleró, su corazón galopaba, sudaba y sus manos temblaban tanto que dejó caer la carta que se vio arrastrada a la orilla hasta que el mar la engulló llevándose la confesión y dejándole la culpa de haber sido él, el inocente en manos de una retorcida y siniestra mente culpable.

2 comentarios:

  1. Qué buen relato, suele pasar...a veces metemos las manos al fuego por alguien en quien confiamos, somos tan ingenuos... y más un abogado, tiene que defender la mentira de alguien, para convertirla en verdad.
    ¡Saludos!

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    1. ¡¡¡Gracias!!!. Así es, pero no creo que haya que arrepentirse de confiar, no fuimos nosotros quienes fallamos.

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