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lunes, 22 de abril de 2019

UNA PISTOLA APUNTANDO A MI CABEZA

       Una pistola apuntaba a mi cabeza, estaba fría, como quien me apuntaba con ella, su frío metal me recorría el cuerpo, poniéndome la piel de gallina. 

Tenía dos minutos o menos para decidir si era un soplón o fiel a quienes les guardaba el secreto por el que me apuntaban. 

Un pocos años, aunque me parecían mil, habían pasado desde el momento en el que decidí quedarme en el que resultó ser el lado equivocado de todo aquel follón, me quedé por estupidez, me quedé por amor a alguien que no sabía que existía, a pesar de estar siempre ahí, a su lado. 

Las decisiones que tomé a veces con el corazón, a veces con la bragueta, no te digo que no, no fueron acertadas, más bien fueron monumentales cagadas, unas más de las muchas que tomo, fueron chispazos eléctricos que me complicaron la existencia. Lo sabía cuando las tomé, y aún así seguí, y lo sabía ahora, siempre lo supe. 

Varias fueron las veces que escapé de lo peor, como varias eran las cicatrices que me recuerdan los caminos por los que nunca debí transitar, varias son las veces que se me cruzan todos esos pensamientos, de los que en el fondo casi no se arrepiento. 

Notaba que la pistola, ya gélida, se apretaba aún más a mi cabeza. Sonó un chasquido que casi me cortaba la respiración , el martillo de la pistola ponía una bala en la casilla de salida, rumbo a mi cabeza, al tiempo que quien me apuntaba con ella, dejaba esa pose fría y se impacientaba ante mi silencio y su insistente teléfono que no dejaba de sonar, reclamado por quien le mandó a mi para hacer el trabajo sucio, aquel que le pagaba, supongo que bien, para hacerme cantar. Se le oía lejos al descolgar el teléfono, y aunque no escuchaba bien que decía, le intuía igual o más impaciente que mi sicario, tenía que hacer algo ya, tenía que decidir en ese momento, y en ese lugar oscuro, feo y gris, con una pistola apuntando a mi cabeza.

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