Muchas fueron las veces que había visto aquel viejo cuadro, a aquella señora de bien y respetada, que una buena mañana de Abril, se encontró aquel viejo piano ahogado que sin avisar apareció en la playa una temprana mañana, arrastrado por la brava mar de ese día.
Dicen que la señora pasó largos minutos, quizá horas junto al piano, que nadie sabía de donde había venido, y que a pesar del mar, no parecía estar muy destrozado, dicen que a la señora, al verlo allí, abandonado, le invadió alta pena, tal vez nostalgia, y en su paseo de pies descalzos por la playa, no pudo ignorarlo y pasar de largo.
Lo tocó, lo acarició como queriendo consolarlo y calmarlo, se quedó junto a él medio sentada, mirándolo, preguntándose de quien era y de donde venía, y sin poder y casi sin querer evitarlo, lo tocó, tocó sus teclas, con el deseo de despertarlo, de devolverlo a la vida, pero el viejo piano, en su naufragio, tragó mucha agua, se atragantaba con cada nota que la señora pretendía arrancar de sus teclas, y aunque ambos, piano y señora querían, apenas salía una nota oxidada y pesada que llenaba la playa de lo que parecía ser su último aliento.
Nadie sabe que fue del piano, nadie le preguntó a la señora, ni la señora habló mucho de él, la gente de aquella pequeña ciudad, apenas le prestó atención al caso, y poco se habló de él, Para ellos solo fue una anécdota más, algo pasajero sobre un piano ahogado.
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