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jueves, 28 de enero de 2021

EL TREN DEL SILENCIO

Se abrió la puerta de cada vagón dejando paso a los pocos viajeros, que se bajaban al andén esa mañana, en silencio, todos con la mitad de la cara tapada por la mascarilla, algunos casi hasta los ojos, otros con la nariz fuera, cada uno a su manera. Los que esperábamos fuera subimos con celeridad, el tren casi parecía no esperar a nadie y pronto partiría a la siguiente estación. Los que nos subimos, buscábamos asientos libres para evitar el contacto entre nosotros, y en los que no era posible, evitabamos el contacto en la medida de lo posible, casi ni nos mirabamos. La escena era tan surrealista que casi parecía sacada de una novela apocalíptica o de ciencia ficción. El resto mirábamos y sentábamos ordenadamente en los espacios libres del vagón. 

El tren, en un silencio casi ceremonial, se puso en marcho y partió dejando un andén casi vacío y en silencio, dejándome la sensación de partir de una estación abandonada. En el tren me senté al final del vagón, o del coche como le llaman algunos, iba en sentido contrario a la marcha, por lo que siempre iba viendo por la venta lo que dejábamos atras en el camino, y cuando no miraba por la ventana, miraba a los pasajeros que tenía frente a mi, unos estaban de cara y a otros les daba la espalda. Recuerdo que entre los pasajeros había una administrativa treintañera, muy pulcra en su vestuario, apoyada en una puerta, miraba con una amplia sonrisa que se adivinaba a pesar de llevar una mascarilla personalizada puesta, la pantalla de su teléfono móvil mientras movía rápidamente los dedos sobre ella. Había un joven, pegado a un rincón, con un amplio cinturón repleto de alicates, destornilladores y otras herramientas, parecía arrastrar el cansancio de la semana y apuntaba con su mirada perdida a la ventana, viendo como a gran velocidad se acercaba a un destino al que parecía no querer ir. Una mujer de avanzada edad, ayudada por un viajero solícito, se acomodaba en un asiento. A sus pies, caía un bolso enorme que casi parecía ser su maleta de viaje. Un viajero que parecía ser el vendedor de unos grandes almacenes enfundado en un ajustado traje azul marino sujetaba con una mano un maletín que aparentaba ser nuevo, casi podría apostar a que todavía olía a material nuevo. Pocas personas conversaban entre sí, y algunas lo hacían por teléfono, unas casi en susurro, y otras a un volumen que al resto de pasajeros nos hacía participes de la conversación. 

En general, estabamos abstraídos en nuestros propios pensamientos, unos ojeando el periódico o simplemente pasando sus páginas, y otros mirando  sus teléfonos móviles, los que iban en plan ejecutivo, imagino que irían mirando el correo electrónico, gmail probablemente, el correo de los pijos; y otros estarían matando el tiempo de sus monótonas vidas en las redes sociales, criticándose los unos a los otros, o mostrando al mundo una vida irreal, y todo en un ambiente tan sobrio que parecíamos alumnos en una clase haciendo los ejercicios que hubiese mandado el profesor. No reconocía aquel ambiente que en otras ocasiones me había gustado tanto por lo imprevisible que era. 

En otras ocasiones en las que había viajado, siempre tenía alguna anécdota que contar a mi familia o amigos al llegar, siempre ocurría algo como que un hombre que viajaba desde Bilbao y cambió de tren en Madrid, decidía asearse en el baño y aplicándose desodorante en aerosol, provocaba que saltaran las alarmas en la cabina del maquinista y el tren se detuviera unos minutos en medio de la nada, atrayendo la atención de los viajeros, o que un chaval que se subía sin billete tuviera que ir sentado en el suelo, o que un hombre que ayudaba a su padre a subir al tren, se viera encerrado en el "coche" y tuviera que esperar a poder bajar en la siguiente estación; o simplemente hablaba con alguien con quien casualmente había coincidido en viajes anteriores, aunque fuera brevemente. 

En ese tren, ese día no pasaba nada de eso. Era el tren del silencio.

viernes, 22 de enero de 2021

Y QUE ES LA VIDA SINO UNA PUTA LOCURA


Y que es la vida sino una puta locura en la que de repente, mientras estás con los colegas, o con tu mejor amigo o amiga, sin pensartelo dos veces, decides que te vas, que os váis, que os cogéis las maletas y os piráis, e incluso sin maletas, con lo puesto y nada más. Sin previo aviso, sin despediros de nadie, sin llamar a casa, paráis un taxi y le decís al taxista que os lleve a la estación, y en le camino pensáis que estáis como una puta cabra, que todo esto es una locura, pero ¿qué es la vida sino eso una sucesión de ideas locas y actos locos?. De repente decides andar en el desorden, entre momentos y decisiones desordenadas sin un por qué. Y aunque sabes que todo eso es de locos, y en el fondo la estás cagando mucho, no te importa, no sabes por que pero te da igual, te sientes bien en el desorden y la locura y no miras atrás, no piensas hacerlo.  

Llegáis a la estación y salís del taxi y os despedís del taxista que os mira con cara de estar pensando que estáis como una regadera. Entráis en la estación y ni siquiera sabéis donde vais a ir, no tenéis ni idea, puede que incluso alguien esté a tiempo de parar esta locura. Miráis destinos y decidís que os vais a ir lo más lejos posible, a tomar por culo, donde nadie sepa quienes sois, iréis allí donde podáis ser otras personas, inventaros unos nombres y unas vidas, o simplemente ser quienes sois realmente sin que ninguna realidad os reprima serlo.

Con los billetes en la mano, corréis al anden, no podéis perder ese tren a locuralandia, y aún sabiendo que todo eso que estáis haciendo es una puta locura, pero no podéis parar, si lo hacéis quedaréis como idiotas. Os subís al tren y relajáis vuestras risas y bajáis el tono en los comentarios mientras buscáis el vagón que os corresponde y quedáis en vuestro asiento, para que los demás pasajeros no piensen que sois idiotas o vais pedo, aunque vais pedo. Os sentáis y casi os ocultáis para que nadie os mire, y cuchicheáis sobre lo locos que estáis, ni siquiera sabéis donde iréis o que haréis al llegar, no conocéis a nadie allí, no sois nadie allí. Simplemente os vais. Arranca el tren, ya se mueve, ya se va. La locura se consuma, ya no podéis echaros atras, el tren parte y poco a poco dejáis todo atras, y el tren se pierde en el camino, sigue adelante en su destino igual que la vida sigue sin parar. 

 

jueves, 14 de enero de 2021

TRAS LA ESTRELLA DEL CIELO

Hacía un casí un día que caminaban los tres por el desierto, cargados cada uno con todos su enseres y unos presentes para quienes iban a darles posada en las noches que venían, cuando ya bajo el manto de la noche cerrada de invierno, se vieron perdidos en medio de la nada, sin estar muy seguros de que dirección tomar... No había signo de vida alguno allá donde miraban, tampoco se avistaba nada en el horizonte desde hacía horas, y el cansancio que ya acusaban, tampoco ayudaba a tener mejor lucidez en semejante situación. Parados los tres como palmeras en medio de ningún lugar, cada cual dijo de ir en una dirección, norte, este y oeste, sin estar en absoluto seguros de que cada una de ellas fuera la correcta... Ninguno de ellos estaba seguro de que el otro indicase bien la dirección en la que retomar tan arduo viaje, por lo que se quedaron ahí encallados en el mismo lugar en el que pararon, durante un buen rato, casi sin apenas dar unos pasos aquí o allá, y el frío de la noche, en la arena que antes les quemaba al andar, tampoco ayudaba a pensar, y mucho menos a razonar... 

Entonces, uno de ellos, el más mayor de los tres, con su pelo plateado y su poblada barba cana, miró desesperado al cielo infinito y suplicó a Dios por una señal que les indicase hacia donde ir... Sus amigos se quedaron más fríos que la propia noche con aquella suplica de quien jamás habían visto así, y el silencio, más ensordecedor que nunca en ese lugar, se hizo dueños de ellos. Vieron a su amigo mirar al cielo en busca de respuesta, en busca de la señal, y ellos miraron también... Al principio no vieron nada, solo una inmensa oscuridad que se perdía más allá de donde ellos mismos lograban ver, hasta que uno de los tres, casi en frente de él, en el cielo, vio una luz entre dos dunas, tintineante como una llama, y avisó a los otros dos, que tardaron un poco en ver la misma luz en el cielo, era una estrella que se encontraba tan alta que parecía inalcanzable hasta para los mismísimos dioses... Sonrieron aliviados de ver algo en medio de tanta oscuridad, era la señal por la que el más longevo de ellos había clamado y suplicado... 

Como refortalecidos y llenos de energía por el avistamiento de la estrella, cargaron de nuevo sus bartulos y decidieron seguir la dirección en la que se encontraba la estrella, sin tan siquiera saber si esta era realmente la señal que habían pedido o simplemente una casualidad del destino... No sabían si llegarían a su destino, ni a donde irían a para, pero reanudaron el camino tras la estrella del cielo, perdiéndose con ella en la oscuridad del desierto...

jueves, 7 de enero de 2021

LA CASA DE LA NIEVE

Salío de su casa en una de las primeras mañanas de Enero, en medio de aquel invierno, uno de los inviernos más fríos que había vivído en los últimos años. Salío bien abrigado con su chaquetón marrón y su gorra recién estrenada que tan calentita le mantenía la cabeza. Apenas a unos metros de su casa, empezaron a caer los primeros copos de la tan anunciada nieve para aquel fin de semana. Caminando entre los diminutos copos pensó en como estaría ya la montaña, aquella sierra a la que de vez en cuando escapa de la rutina y el mundanal ruido y se refugiaba en su casa de campo, o como él la llamaba, "la casa de la nieve"

La casa de la nieve se encontraba cerca de una montaña que en días de nieve, era traicionera y si no mirabas bien donde pisabas, podrías resbalar y desandar de mala manera el camino que marcabas de ida. Se encontraba en medio de un valle con un río no muy caudaloso que sobre las grandes rocas sobre las que transcurría, se coloreaba en plata durante el día. A lo lejos, la casa se veía casi diminuta y el fuego de la chimenea que avivaba en los días más fríos, apenas se veía con la nieve de fondo, por lo fría que solía estar la leña y que costaba quemar. Dentro de la casa, el fuego mitigaba el gélido ambiente que le rodeaba por la nieve, y daba gusto sentarse junto a él con la manta de oso echada sobre las piernas. Así, al calor del hogar que se había echo solo para él, daba gusto pasar las largas y frías noches de invierno. Allí no pensaba en nada, no se acordaba de la gran ciudad, ni de quienes la habitaban, no había problemas, ni ruido, todo era paz y tranquilidad, solo escuchaba los pequeños y placenteros ruidos que la naturaleza, sin la mano del hombre, cantaban en ese remanso de paz en el que tan agusto se encontraba consigo mismo. 

De vez en cuando, y según el ánimo que tuviese, invitaba a algún conocido a su casa, pero solo gente de campo, gente que vivía o pasaba tiempo cerca del valle, nunca gente de ciudad que le trasladase el tormentoso sin vivir de cada día en sus histéricas y estresantes calles. Ni lo quería, ni lo necesitaba. No se escapaba a la casa de la nieve para eso. Allí solo quería paz y tranquilidad, una buena conversación silenciosa y placentera sobre la vida, alrededor de una botella vino, o de coñac, a veces de whisky con la que calentarse el gaznate y pasar el rato sin preocuparse del tiempo, ni de nada más. 

Cuando estaba allí, ya fuera solo o en buena compañía, no tenía prisa por nada, no había límite de tiempo, no había que ir a ningún otro lugar, tan solo caminar por sus silenciosos caminos llenos de vida y hechos de manera natural. Respirar y no oler gasolina ni tabáco, solo a campo, a brotes verdes y leña quemada de las cabañas que se encontraba en sus paseos campestres. De buena gana y con gusto se quedaría a pasar el resto de sus días en aquel lugar inundado de paz y que pareciera estar lejos del mundo, lejos de cualquier lugar imaginable. Tenía muy claro que su lugar favorito en el mundo para estar y pasar el tiempo, era la casa de la nieve.