La casa de la nieve se encontraba cerca de una montaña que en días de nieve, era traicionera y si no mirabas bien donde pisabas, podrías resbalar y desandar de mala manera el camino que marcabas de ida. Se encontraba en medio de un valle con un río no muy caudaloso que sobre las grandes rocas sobre las que transcurría, se coloreaba en plata durante el día. A lo lejos, la casa se veía casi diminuta y el fuego de la chimenea que avivaba en los días más fríos, apenas se veía con la nieve de fondo, por lo fría que solía estar la leña y que costaba quemar. Dentro de la casa, el fuego mitigaba el gélido ambiente que le rodeaba por la nieve, y daba gusto sentarse junto a él con la manta de oso echada sobre las piernas. Así, al calor del hogar que se había echo solo para él, daba gusto pasar las largas y frías noches de invierno. Allí no pensaba en nada, no se acordaba de la gran ciudad, ni de quienes la habitaban, no había problemas, ni ruido, todo era paz y tranquilidad, solo escuchaba los pequeños y placenteros ruidos que la naturaleza, sin la mano del hombre, cantaban en ese remanso de paz en el que tan agusto se encontraba consigo mismo.
De vez en cuando, y según el ánimo que tuviese, invitaba a algún conocido a su casa, pero solo gente de campo, gente que vivía o pasaba tiempo cerca del valle, nunca gente de ciudad que le trasladase el tormentoso sin vivir de cada día en sus histéricas y estresantes calles. Ni lo quería, ni lo necesitaba. No se escapaba a la casa de la nieve para eso. Allí solo quería paz y tranquilidad, una buena conversación silenciosa y placentera sobre la vida, alrededor de una botella vino, o de coñac, a veces de whisky con la que calentarse el gaznate y pasar el rato sin preocuparse del tiempo, ni de nada más.
Cuando estaba allí, ya fuera solo o en buena compañía, no tenía prisa por nada, no había límite de tiempo, no había que ir a ningún otro lugar, tan solo caminar por sus silenciosos caminos llenos de vida y hechos de manera natural. Respirar y no oler gasolina ni tabáco, solo a campo, a brotes verdes y leña quemada de las cabañas que se encontraba en sus paseos campestres. De buena gana y con gusto se quedaría a pasar el resto de sus días en aquel lugar inundado de paz y que pareciera estar lejos del mundo, lejos de cualquier lugar imaginable. Tenía muy claro que su lugar favorito en el mundo para estar y pasar el tiempo, era la casa de la nieve.
Eso sería un sueño, escapar del bullicio en algún momento de la vida, respirar paz y tranquilidad no tiene precio.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, sobre todo la paz y la tranquilidad de uno.
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