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Ella se sabía observada, sabía que no estaba sola, él la esperaba y la miraba y eso, lejos de molestarla, la gustaba; saboreaba saberse deseada por aquella juventud oculta frente a su ventana, la gozaba y jugaba con ella, la excitaba; desabrochaba su abrigo sin prisas, luciéndose en aquél teatro del que se sabía protagonista, dejaba asomar sus voluminosos pechos que ensalzaba bien, a conciencia por su público fiel; dejaba caer el abrigo y empezaba con la blusa, botón a botón dejándose ver por el chico aquél, desabrochaba su corta falda que también dejaba caer para luego frente a él acentuar sus curvas al recoger. Quedaba en ropa interior, excitada y con creciente calor, acabada de desnudarse, iba directa al baño que el chico desde su habitación también dominaba, la veía abrir el agua, dejarla salir y calentarse y salir vapor mientras el uno estaba pensando en el otro y se calentaban los dos.
Ella excitada y cautivada por su joven mirón, dejaba caer el agua como cascada por su espalda; le imaginaba caliente y excitado, a su lado piel con piel bien pegado y enjabonado, erectos y mojados, cuanto más le imaginaba, más le deseaba, más se excitaba y se tocaba, más quería y su respiración la sacudía.
No tenía prisa por acabar y cuanto más se alargaba más lo disfrutaba pensando que él excitado la miraba y ella sin verle le observaba y más alterada estaba.
Sentirse a si misma era sentirle a él, era tocarle y besarle, dejar que tocara y penetrara cuanto más se acaloraba. Así era cada noche desde que volvía en su coche, imaginando y pensando, calor y seducción que embriagaba a los dos.
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