Amanece, los pájaros cantan, las nubes se levantan, la ciudad ya despertó, y llega la hora del café, ese café de aroma y de sabor intenso, de color igualmente potente, casi chocolate que calienta mis manos.
Pienso mientras me despierto, me dejo llevar y me pierdo entre imaginaciones y recuerdos de momentos que en este breve tiempo hemos vivido y compartido, momentos que extraño y deseo volver a vivir, y miro por la ventana como esperando y espero poder verte, sabiendo que aún estando cerca no puedo tenerte, no puedo escucharte ni hablarte, no puedo verte, y te siento lejos, y me siento impotente.
Es un día más sin ti, un día que parece una semana, y pasa la semana como si pasara un mes o un año tal vez, y sin embargo no pierdo la esperanza de al menos por un instante, volverte a ver.
Llaman a la puerta y deseo que seas tú aunque sé que no, pero lo espero, y espero oír tu risa y voz, y que me llene tu alegría, y con ella que mejore el día. Pero no eres tú.
Se cierra la puerta y tras ella no se va el vacío que dejas, y sigo notando tu ausencia, extrañando tu presencia, y así, sentado y frustrado y la vez esperanzado me quedo acabando mi café al que me quedo mirando, y pensando que tiene el mismo color que tiene tu piel, imaginando que sabe a ti, y que me llena como solo tú lo puedes hacer.
Se acaba el café, la taza está vacía y yo también, sólo quedan los restos de ese riquísimo café manchando la taza, como se quedan tus recuerdos en mi, esparcidos por todo mi ser como si fuera la taza de café; dejaré que pase el día, otro día que pasará y que pasaré sin que te pueda ver, otro día más en el que te extrañaré y en el que te esperaré con mi taza de café, una taza de café con la que volverte a ver.
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