Hay gente que no pretende mucho, ni pide mucho, tal vez por esa costumbre no pretendida de disfrutar de las pequeñas cosas que de vez en cuando da la vida, esas que al final y sin darnos cuenta nos hacen grandes.
Cosas como bailar a solas en esos momentos de tormenta en que las cosas no van como uno quiere, o como cantar aún cuando desafinan pero en cualquier caso disfrutan tanto que acaba por no importar, o acariciar ese pelo que se escurre entre los dedos, cenar o comer restos de hoy o de ayer, y reírse hasta que les duela la barriga y la boca aunque esa gente que les mira, piensen que están locos.
Esas pequeñas cosas de la vida que hacen que no nos olvidemos de disfrutar para no perder esas buenas costumbres de la vida, o esas que hacen que quedemos desnudos y descalzos de cuerpo y alma, dejando todo lo que nos pesa debajo de la alfombra o detrás del sofá, ahí donde lo pueden olvidar.
Es gente que escucha canciones que les remueven los sentimientos y las emociones con letras que en lo más profundo les llena, gente que está en esa cola en la que otros se les cuela, gente que anda largos caminos con o sin compañía y con una botella en la mano, gente que deja la ropa apilada, desordenada y alborotada, que bebe de un trago esa copa de sabor amargo, que sale de noche en coche con sus gafas de sol para fingir que no ha visto a ese mirón.
Esas pequeñas cosas de la vida que hacen que la ira y los enfados se pasen rápido con unos buenos tragos, es gente que duerme sin hora y con calcetines largos, con un beso de su madre en esa habitación donde el caos es el orden que con ellos va acorde cuando aun cuando ese caos les desborde.
Y por encima de todo esa gente disfruta de esas pequeñas cosas de la vida que a todos nos hace grandes.
Y por encima de todo esa gente disfruta de esas pequeñas cosas de la vida que a todos nos hace grandes.
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