Algunos clientes de habitaciones contiguas, decían que de su habitación salían ruidos extraños, que oían voces que no eran la suya, decían que incluso escuchaban conversaciones y discusiones, peleas de pareja. Pero ninguno se quejó al hotel por todo ello, unos porque sencillamente no les molestaba, e incluso casi les parecía divertido, le entretenía; los otros no se quejaban porque, pensando que no estaba muy en sus cabales, les daba miedo lo que la dama, les pudiera hacer.
Oscar salió del ascensor con el café que dejaba olor a tostado allá por donde pasaba, avanzó por el pasillo en el que apenas se veía a alguna persona que bajaba ya a última hora a desayunar. Llegó a la puerta de la habitación número 9, se paró delante de ella y respiró. No podía evitar cierta tensión por los comentarios que había oido de la dama, no sabía que se encontraría al abrir la puerta. Se decía a sí mismo que sería lo más amable posible con ella y a su vez, lo más breve que esta le dejase ser, y saldría de la habitación lo más rapida y silenciosamente que pudiera, no la quería alterar más de lo que pudiera estar. Llamó con los nudillos, golpeando suavemente la puerta dos o tres veces, una voz ligeramente aguda pero firme y que se dejaba oir bien, preguntó -¿quién es?, Oscar respondió que era el servicio de habitaciones, intentando mostrar la misma firmeza que había escuchado al otro lado de la puerta. Inmediatamente la dama abrió y se apartó para dejarle pasar. Oscar entró saludando lo más amablemente que supo y siendo lo más servicial posible, todo ello sin perder mucho detalle de cuanto veía. La dama le impresionó, era más joven de lo que se había imaginado, y guapa, tanto que pensó que estaba buena.
La misteriosa mujer de la que tanto hablaban, era más bien alta, buena figura, de buen porte y elegante pero sencilla, tenía buena presencia, o más bien, mucha presencia, no pasaba desapercibida. Era de pelo negro, muy negro, y labios gruesos pintados de rojo intenso que destacaban mucho en su blanca piel. Estaba descalza, con unos zapatos tan rojos como sus labios, al pie de su cama. Sonreía educadamente aunque parecía notarsele que deseaba estar sola, por lo que Oscar le dejó el café en el mueble de la televisión, donde había un ordenador portátil medio cerrado pero del que se veía perfectamente que estaba encendido, aunque no pudo ver que era lo que hacía o véía, en la cama había folios sueltos en los que no quiso fijarse para dejar notar su curiosidad por todo; también había lo que parecía ser un cuchillo de pega, como salido de una novela de suspense, y frascos pequeños que parecían querer simular veneno. No tenía claro si aquella mujer estaba loca, o si podía ser una actriz que él desconociera y que estuviese preparando un papel; también podía tratarse de una escritora concienzuda y que estuviera escribiendo con todo lujo de detalle su próxima novela policiaca, realmente en aquella habitación todo era muy raro, más de lo que la gente llegase a comentar. Sin ninguna duda ya tenía una anécdota que comentar. Salió con una sonrisa y un "buenos días" de la habitación, no sin antes echarle un último vistazo a la dama a la que de buena gana no quitaría ojo. Cerró la puerta suavemente, y se fue sin saber si esa mujer estaba tan loca como todos decían o estaba en sus cabales.
Oscar se metió en el ascensor y antes de que se cerrasen las puertas, echó un último y rápido vistazo a la puerta de la habitación nº 9, y resopló quitándose la tensión y un gran peso de encima. Sabía que al volver a su puesto de trabajo, los compañeros, como pirañas, le preguntarían por ella, por como era, y la verdad es que no sabía muy bien que responder. Era evidente que no se podía juzgar a nadie con un vistazo y un momento tan breve como el que él había tenido con ella, y francamente le tenía confundido. No sabía que pensar de la dama de la habitación nº 9.
Creo que era un travesti.
ResponderEliminar¿Qué te hace pensar que lo es?. Curiosa interpretación.
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