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miércoles, 18 de noviembre de 2020

EL FACTOR SORPRESA

Había conducido durante más de una hora su viejo Ford de los 80 que todavía, y sin quejarse, le llevaba a todas partes. No había avisado a nadie que de saldría de la ciudad, ni de que iría a ver a su familia por el cumpleaños de su pequeña nieta que ya se hacía mayor y al que en su momento no pudo asistir, ni siquiera a ellos les dijo nada, quería darles una sorpresa. 

La casa en la que vivían estaba tan alejada de todo, que ni se podía considerar de pueblo, estaba apartada de la civilización, apartada del mundanal ruido, en medio de un silencio casi tétrico, solo una desgastada carretera rompía la virginidad de aquellas tierras. Al llegar, aparcó relativamente lejos de la casa, no quería que ni el ruido del viejo motor le delatara y le estropease el factor sorpresa con el que fantaseaba. Se bajó del coche y sacó del maletero varias bolsas de la compra que había guardado y que ese día había llenado de todo lo que se le ocurrió que pudieran necesitar, además del regalo que con bastante antelación al cumpleaños, había comprado. Se repartió las bolsas entre las dos manos y echó a andar hacia la casa campo a través, intentando evitar que le vieran llegar por la entrada principal.

El camino estaba cubierto de árboles bien tupidos que en verano daban una agradable sombra en la que refugiarse del tremendo calor, sin embargo, en esos días en los que el otoño ya estaba en plenitud, dejaban el suelo repleto de hojas secas, coloreando el paseo de un marrón verdoso y seco que era casi acogedor. Llegando a la casa, aminoró el paso por el crujir de las hojas que chivarían su llegada. Cada pisada de sus viejas botas eran una señal de alarma que saltaba diciendo que se alguien llegaba. Procuraba pisar despacio, no sabía si pisar de punta o con el tacón. Las hojas no hacían más que quejarse a modo de crujido con cada una de sus pisadas que las machacaban y las partían. 

Cuando ya la tenía a la vista, se quedó detrás de un árbol, intentando ver por alguna de sus ventanas si alguien le pudiera ver llegar, no le pareció ver a nadie y supuso que estarían por las habitaciones, o el sótano quizá. Conservando el factor sorpresa de su llegada, apresuró el paso para evitar que le viesen. Algo cansado, pues había tomado el camino más largo para llegar, se plantó delante de la puerta y antes de llamar, se paró y tomo aire, aire puro del campo, sin contaminar, no como el de la ciudad que olía a gasolina y quien sabe a cuantas mierdas más que respiraba cada día. Más relajado, cogió las bolsas con una sola mano y con la otra llamó a la puerta con los nudillos, dando tres o cuatro golpes, quizá cinco. Esperó un rato hasta que escuchó pisadas que corrían a la puerta, seguramente era la cumpleañera a la que daría una gran sorpresa, y se la dió.

Era ella quien corría y quien abrió la puerta, la puerta y la boca ante la llegada de su abuelo a quien no esperaban ese día. Le gritó a su madre -¡mamá, es el abuelo!, mirando a las escaleras que llevaban al piso de arriba, a las habitaciones. Poco tardó en bajar junto a su marido, con la misma cara de sorpresa que puso la niña al abrir. 

Hubo besos y abrazos en lo que iba a ser una mañana cualquiera. Había logrado lo que quería, conservando hasta su llegada, el factor sorpresa.

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