El amor es cosa del diablo, y que no me digan que no.
Piénsalo, cuando te enamoras pecas, pecas de pensamiento, de lujuria, te invaden las ganas y el deseo, cuando te enamoras eres capaz de saltarte todas las normas, todas las barreras que te encuentras, no evalúas el riesgo, no lo ves, solo ves a esa persona y todo lo que con ella quieres y ansías hacer.
Fantaseas con esa persona, con mil y una cosas que con ella imaginas hacer, te sube la adrenalina y te sube el calor, no te importa entrar en el infierno del pecado de la carne, es más, te tiras de cabeza, porque lo quieres, porque lo deseas, claro que lo deseas, ¡y de qué manera!.
Cuando te enamoras te duermes pensando en ella, pensando en él, y al despertar la piensas también, el amor se te mete en la sangre como veneno de serpiente, te recorre como la sangre invadiendo todo tu ser, sin antídoto posible, sin nada que poder ni querer hacer, porque te gusta esa sensación, te vienes arriba, sin vértigo, sin pensar en la caída ni como pueda ser, te arriesgas a caer.
Y cuando ya es tarde, muy tarde para dar marcha atrás, cuando ya es tarde para poderlo solucionar, el diablo, en su infinita maldad, te dice una vez más que ese amor no puede ser, que es un amor imposible, que otra vez ese amor no es para ti, y se regodea en tu sufrimiento, y mete el dedo en la yaga para hacer la herida más grande, y que sangre más. Y ahí se queda, mirándote y riéndose, disfrutando de tu pesar, viendo como te hundes más y más, y en ese instante y en cierto modo te arrepientes de haberte dejado llevar.
El amor en sus manos, tan bonito al principio, acaba siendo macabro y cruel, y cuanto más lo sientes más te quema la piel, y nada te consuela, nada te sirve de remedio ni alivio, solo el tiempo que ralentiza hasta la exasperación, te puede ayudar, y mientras pasa, te toca aguantar, mientras esperas que por el camino ese amor puedas y dejándo y olvidando.
Al final piensas que el amor es cosa del diablo.
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