Mi querido y fiel diario, abro tus páginas para decirte a ti y solo a ti, como fue ese momento que he de confesar tanto ansiaba, aunque francamente no pensaba que tan pronto podía llegar. Te lo cuento a ti porque se que el secreto me guardarás, se que a nadie se lo contarás.
Estábamos
solo nosotros dos, cruzando palabras en voz baja, sonrisas nerviosas y
miradas inquietas en compañía de la noche y sus estrellas que mas que
ninguna otra noche, nos iluminaban, y la luna era nuestro testigo para
quien no nos quiera creer.
Entrelazados de las manos,
sin dejar de mirarnos y con todas las ganas del mundo de besarnos en
medio de aquél silencio solo roto por el palpitar de nuestros corazones
acelerados, nuestras sonrisas casi pegadas sin apartar la mirada el uno
del otro, tocándonos con las puntas de los pies, buscándonos la piel. Su
boca y la mía buscándose, encontrándose y sin separarse, en medio de
caricias que se llenan de calor y piel. Manos que cubren su rostro y el
mío, mi piel y su piel mientras se acelera la respiración, tiembla el
pulso y las piernas también.
Mis
dedos dibujan mariposas que erizan su piel, bajan por su pecho cálido y
suave y llenándose de él, contemplando su cálida desnudez, explorados
por mi boca hasta encontrar su flor rezumando miel, con mis dedos medio
torpes e inquietos paseando y dibujando como si fueran pincel, en sus
pétalos ardientes y latentes, llenando mi lengua de su dulce nectar que
más la calienta. Mordiscos suyos y míos entre jadeos y gemidos que
fluyen como de entre sus piernas el río.
Pálpitos
inhalados en el recorrido de su humedad y la mía entre las ganas y la
timidez. Intercambio de sonrisas y pupilas que más que las estrellas
brillan, manos en la cintura que baila al ritmo de la penetración
ardiente de pasión, mis labios que susurran a su cuello cuanto la deseo,
deseo tierno y lleno de movimiento lento. Y besos, más besos al compás
en el que no la dejo de penetrar, al tiempo que no me deja de tocar y
acariciar y en la que me pide más y más sin dejar de gemir y jadear
excitándonos cada vez más.
Me dejo llevar, me pierdo y
me entrego a su juego cuando ella baja por mi ombligo haciéndome perder
los sentidos en el silencio de un os gemidos hasta ahora para mi
desconocidos, llegando sus labios hasta dondee quemo a fuego lento,
dejando que juegue con su lengua, llevándolo bien adentro. Sonríe y
amaga con volver hacerlo, a la vez que de él sale un rocío nada frío.
Buscan sus labios como bailar con mi sexo, acariciándolo lento y en silencio.
Respiración
y voracidad sin prisa pero sin parar, queriendo más y más, estremecidos
de pasión rozando la perfección cuando sus pechos bailan al ritmo
ansioso de mi locura dentro de su caliente flor.
Así fue, querido diario, aquél beso, que más que un beso.
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