Cada noche, después de cenar, sentado en su cama, frente a la ventana de su habitación y con la luz apagada, espera a que llegue ella, su vecina, la chica que cada noche aparece en su ventana. La espera pacientemente pero con ganas y deseo, mucho deseo, tiene ganas de verla con ardiente deseo de hacerla suya.
En su inocente juventud tiene y calla cada día más el creciente deseo de verla, de hablarla y de tocarla. Noche a noche escondido en la oscuridad de su habitación y su vergüenza por estar ahí de fisgón, oculto de ella y de todos, solo iluminado por la luz de la calle, espera a que llegue, espera verla entrar en su habitación, desea que llegue ya, que deje su mochila en la cama y se quite su largo abrigo para ver las curvas de sus pechos ocultos tras la blusa que él ansia quitar.
Ha llegado, aparece con su larga melena suelta, su interminable abrigo y sus altos zapatos de tacón, llega para comenzar su esperada función, la función que hace solo para él. Sigue su ritual como cada noche al llegar de trabajar, deja caer su abultada mochila a un lado de la cama y poco a poco, casi de cara a la ventana se desabrocha su interminable abrigo, dejando poco a poco asomar sus grandes senos bajo la blusa mientras él no puede ni quiere dejar de mirar. El calor se apodera de él a cada botón que dejaba ver su deseado tesoro, un calor que crece desde dentro con cada botón que desabrocha.
Cada noche es como la primera noche, nervios, calor y deseo, mucho deseo por verla desnuda. Dejado el abrigo, se quita los zapatos de largo tacón, para luego desabrochar y dejar caer su corta falda dejando a su vista las medias que visten sus largas piernas, a la vista deja sus bragas que apenas escondían su entrepierna y sus bien formadas nalgas que él imaginaba acariciar mientras su pene, despierta y crece duro y abultado bajo el pantalón.
Boca seca, sudor y nervios recorren su espalda mientras ella continua con su desnudez. Ignorante, o no, la chica de la ventana abre su blusa botón a botón dejando a la luz su cálida piel. A cada paso sus senos asoman para él, se dejan ver tras el fino sujetador que por fin deja caer, muestran sus puntiagudos y carnosos pezones acompañados de un sordo gemido salido de él.
Al fin desnuda, se dirige a la ducha contigua a la habitación que él oculto en las sombras de su habitación también puede ver. Deja correr el agua de la ducha para que salga tan caliente como está él.
La observa cada noche, en el incotrolable deseo de poderla acompañar, los dos desnudos, calientes, piel con piel, su pene asoma por el pantalón en el que no aguanta más. Hirviente y duro en su mano que va de arriba a abajo, despacio y en silencio, hambriento de ella, de poderla follar, hambriento de cada parte de su desnudez bajo el agua que la baña caliente, sediento de cada parte que cubre y acaricia la espuma.
Quiere ser la esponja que acaricia y toca, quiere ser la espuma entre sus pechos y en su entrepierna, quiere ser el agua que recorre y acaricia cada rincón de su cuerpo como si lo hiciera con sus propias manos, sus labios y su lengua, quiere ser ese albornoz envolvente que la seque, que la abraze y la de el calor que ahora siente él.
Desde la oscuridad, complice de sus deseos, la ve salir de la ducha y volver a su habitación. Aún al calor de su albornoz, saca el móvil de la mochila y lo mira sin prestar atención al pecho que asoma y por el que él saliva excitado. No le presta atención cuando se lo quita y le regala sus curvas desnudas, ignora cuanto la desea noche tras noche, ignora cuando él se masturba pensando en ella antes de dormir, no sabe como se la folla pensando en ella y en sus curvas mientras duerme.
No sabe que todas las noches sueña con la chica de la ventana.