Tenía una necesidad muy grande de calor y de placer, pero no de darlo, si no de sentirlo, era una necesidad egoísta. Le daba igual si la otra persona, hombre o mujer, sentía placer, tenía que sentirlo ella. Necesitaba sentir unos labios en los suyos, necesitaba sentir otra piel en la suya, que la tocaran y la excitaran. Con el tiempo esa necesidad se acrecentaba más, la hacía sentirse más mujer, más que necesidad era deseo, y cada vez lo deseaba más. Se deseaba a si misma, deseaba tocarse y sentirse, deseaba ese calor sexual que le daba la otra piel, y la suya también. Deseaba sentir sus manos y las de los demás recorriendo su piel desnuda, e incluso bajo la ropa, imaginando sus pezones excitados bajo los dedos que los pellizcaban y jugaban con ellos. Deseaba sentir una lengua humeda en ellos, deseaba que la hicieran gemir de placer, le gustaba sentir su respiración agitada. Ansiaba unos labios y unas manos que recorrieran su cuerpo hasta su entrepierna y le quemaran con ellos el clítoris, de puro placer, deseaba que la devorasen hasta casi hacerla gritar, agitarse y sudar, no podía parar, no quería parar.
Su sexualidad y su promiscuidad eran exageradas, pero no le importaba, e incluso le gustaba, le gustaba ser esa niña traviesa en un muy deseable cuerpo de mujer. Ella sabía que atraía a los demás, su físico no dejaba indiferente a casi nadie, y su personalidad atraía a cuantos rodeaba. Le gustaba sexualizar a la gente, desnudarla y follarsela con la mirada, siempre fue así, con sus compañeros instituto, de la universidad, e incluso en el trabajo. Le gustaba imaginar que a ellos les sacaba su gordo y erecto pene por la bragueta y chuparselo, devorárselo hasta casi dolerles, a más de uno llegó a hacerselo, y le gustaba que la penetrasen, que se la follaran bien profundo, sentir el golpe de sus pelotas con ella, necesitaba que la reventasen con una buena polla ardiente que la quemara, necesitaba sentirla bien dentro incluso después de haberlo hecho, deseaba llenarse por todas partes de ella, era un animal en celo permanentemente; a ellas les miraba el escote y deseaba meter la mano entre sus pechos, besarlas en el cuello por la espalda y acariciar sus ardientes pezones. Le gustaban las chicas de pelo largo, sobre todo las morenas, aunque no hacía ascos a las demás, ya fueran rubias, castañas o incluso pelirrojas, estas últimas le parecían muy exóticas; y le ponían mucho las chicas con el pelo rizado, siempre le pareció muy sexual, ella misma alguna vez iba con el pelo rizado, y en cualquier caso, siempre largo para que estando desnuda, este tocase sus pechos y sus pezones haciéndose excitantes cosquillas en ellos, se gustaba y se deseaba mucho al verse así. Tampoco le importaba la raza, solo le importaba el sexo, su sexo.
Sola en su habitación, gustaba de verse desnuda o medio desnuda ante el espejo, le gustaba jugar consigo misma envuelta en sábanas o a medio vestir, le gustaba tocarse, sentir su propia piel en su pecho, jugar con la punta de su lengua en sus pezones y luego con su saliva sobre ellos; amaba tocarse entre las piernas con las puntas de sus dedos, meterlos en la vagina y empaparlos con el néctar de su flor que luego lamía y saboreaba; regaba sus pequeños pero firmes pechos con él, llenaba sus manos con su redondo culo, y volvía a jugar con los petalos de deliciosa y ardiente flor, retorciéndose de placer sobre si misma. Y no podía parar, cuanto más lo hacía, más quería, más lo deseaba. Y no quería ni deseaba a nadie más, solo asi misma, todo lo hacía por puro placer suyo, para su cuerpo hambriento y sediento de sexo.
Era su amante perfecta.
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