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miércoles, 5 de septiembre de 2018

EL ORBE DE LOS DESEOS

     Desde su más tierna infancia, lo guardaba y custodiaba celosamente como si de su guardián se tratara, años llevaba sin separarse de él, siempre escondido a la vista de los demás, guardado cada vez en un sitio distinto, e incluso a veces lo llevaba consigo para que nadie se lo pudiera quitar.

Era su joya, su más preciado tesoro, su secreto, nada valía más, era su orbe de los deseos.

Cada noche, cuando todos ya dormían y nadie podía escuchar, sacaba aquella bola que parecía como hecha de piedra y cristal, la sacaba en la oscuridad, solo iluminada por la luna que dejaba entrar por la ventana.

No recordaba donde ni cuando la encontró, solo que desde entonces de ella no se separó, siempre juntos por cualquier rincón del mundo

Bajo la luz de la luna, brillaba como ninguna, a sus ojos tornaba mágica con aquellos colores que alegremente bailaban, colores que iban del azul aguamar, al violeta caramelo. Se le iba la noche dándole vueltas entre sus manos teñidas por la luna de aquellos colores. 

Cada noche, cuando comenzaba a brillar, le contaba sus secretos, sus confidencias como si su mejor amigo fuese, y le pedía y hasta le rogaba sus más profundos deseos, esos que a nadie más contaba, con el convencimiento de que aquella bola mágica los escuchaba y se los concedería, creyendo firmemente que al menos la mayoría se cumplirían. Era su ritual mágico de cada día.

No sabía cuanto tiempo pasaba cada noche con ella, no sabía si eran horas o minutos o simplemente segundo, ni siquiera lo miraba, era como si todo se parase en ese momento, como si el reloj no corriese y la tierra dejase de girar, no existía nada más.

Y tras contarle todas sus cosas, todos sus miedos y todos sus anhelos, se dormía abranzdo su orbe, abrazando sus deseos como quien abraza su amor más grande, con la seguridad de que nada ni nadie en este mundo iba a separarles.

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