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lunes, 1 de septiembre de 2025

El último trago amargo


El humo del cigarro flotaba como un espectro sobre la barra del Bar El Tugurio, donde los secretos se sirven con hielo y los pecados se pagan con sangre. Martín Rivas, ex inspector de homicidios, y detective privado con más cicatrices que clientes, apuraba su whisky barato mientras la lluvia golpeaba los cristales como queriendo llamar su atención.

Con la noche cerrada, ella cruzó la puerta. Gabriela Montenegro, labios rojos como crimen pasional y mirada que podía absolver o condenar a cualquiera. Llevaba un abrigo de terciopelo y un encargo: encontrar a su hermano, desaparecido desde hacía tres días. Lo último que se sabía de él es que trabajaba como contable para Elías “El Pastor” Vargas, un empresario mexicano con más cadáveres que contratos.

Martín aceptó. No solo por el dinero, sino por la intuición que le susurraba que detrás de esa desaparición había algo más turbio que el café del bar.

La investigación lo llevó por callejones de Madrid sin nombre, oficinas donde los papeles gritan más que las personas, y finalmente al Club Éter en la calle de la orina, un antro donde Vargas lavaba dinero y reputaciones. Allí encontró al hermano de Gabriela Montenegro… no respiraba. Estaba en el congelador del club, con una nota clavada al pecho: “Los números no mienten.”

Martín volvió al bar. Gabriela lo esperaba, con otro whisky y una sonrisa que no encajaba con la noticia. Cuando él le contó lo ocurrido, ella no lloró. Solo dijo: “Entonces ya no hay testigos.”

Fue entonces que Martín entendió. Gabriela no buscaba justicia. Buscaba cerrar cabos sueltos. El hermano había amenazado con delatarla. Ella solo necesitaba saber si estaba muerto.

Martín dejó el vaso sobre la barra, se levantó sin decir palabra y salió a la lluvia. No era la primera vez que ayudaba a un asesino. Pero sí la primera que lo hacía por amor, y no le importaba, él creía que quien la hace, la paga. Y así se fue de El Tugurio, con ganas de haber salido del brazo de Gabriela, pero sin mirar atrás, dejándose atrapar por la oscuridad de la noche, y con el último trago amargo en el gaznate. 

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