El relato de Bosco Infante comienza en una tarde lluviosa en el centro de la ciudad, donde los adoquines brillaban bajo la luz de las farolas como espejos al cielo.
Bosco era un hombre de contrastes, era la noche y el día, casi bipolar. Militar de carrera, había ascendido rápidamente en las filas gracias a su astucia y valentía, pero también a una herencia inesperada que lo convirtió en millonario de la noche a la mañana, su abuelo, un hombre tosco y casi maniático, le había nombrado heredero universal de toda su fortuna, que había amasado con trabajo, persistencia, y algunos amaños bajo cuerda. A pesar de su enorme fortuna, Nunca abandonó su amor por la adrenalina y el servicio. Bosco, ahora convertido en una especia de espía o agente doble por servicios secretos de varios países, caminaba por las calles encharcadas de su ciudad, su figura, se reflejaba imponente en las lagunas que formaba la lluvia, envuelta en una larga gabardina, ensimismado en sus propios pensamientos, sin apenas reparar por los sitios por los que pasaba o la gente con la que se cruzaba. Aunque su cuenta bancaria le permitía una vida de lujos, él elegía la adrenalina sobre el confort de los salones de alta sociedad, que tanta pereza le daban.
Su abuelo quería que se hiciera cargo de todos sus negocios, tediosos negocios dirigidos al control de capitales. Todo aquello le aburría, todo eran números y matemáticas, todo dinero. Bosco no estaba hecho para eso, los números no eran lo suyo, y estar en un monótono y aburrido despacho de color marrón mierda, no era lo que más le apetecía del mundo. Aún así, era su herencia, era dueño de una fortuna que no podía dilapidar si no quería quedarse en la calle, así que para no tener que ocuparse él personalmente, tiraba de asesores y gente que hiciera el trabajo por él, aunque siempre bajo su supervisión, aunque estuviese a kilómetros de distancia. No es que no supiera hacerlo, Bosco tenía un coeficiente por encima de la media, aunque él no se consideraba un superdotado.
Una llamada interrumpió sus pensamientos. Era el Ministerio de Defensa, solicitando su presencia inmediata, en aquellas intempestivas horas de la noche. Al llegar, le informaron de una operación secreta: recuperar un maletín con unos códigos que activaban un programa militar que, a quien lo tuviera le permitiría hacerse con el control de armas nucleares, fue robado de unas instalaciones secretas. Recuperarlo, era vital para la seguridad nacional. Bosco aceptó sin dudarlo, sabiendo a las vicisitudes a las que se enfrentaba, todo aquello, siempre arriesgados a pesar de su experiencia, no le era desconocido.
Con un reducido equipo de élite, con el que ya había trabajado antes, Bosco viajó a lo más profundo de Europa del Este, enfrentándose a situaciones que pondrían a prueba no solo su entrenamiento militar, sino también su ingenio como estratega. Pasó la noche en vela, escondiéndose con su equipo de quienes posiblemente, les estaban esperando, y no dudarían en hacerles presos o algo peor. Serían perseguidos si eran advertidos de su presencia en el lugar, mientras la búsqueda del artefacto los llevaba a rincones que el común de los mortales ignoraba que existiese, era uno de esos lugares que cualquier gobierno ocultaría y negaría su existencia, públicamente en cualquier momento.
Bosco y su equipo encontraron el artefacto, saltándose protocolos, contraseñas y cortafuegos que no cualquiera se pudiera saltar sin ser pillado. Tenían que sacarlo y asegurarlo sin hacer saltar ninguna alarma, sin saberlo, la hicieron saltar, les habían pillado y rodeado, aquel frío lugar se había convertido en una jaula para ellos. Sin modo alguno de poder salir de allí con el maletín, decidieron ocultarlo. Fue arrestado con todo su equipo, encerrados en una fría celda de la segunda guerra mundial que olía a humedad. Fueron interrogados día y noche, aunque allí no tenían noción alguna del tiempo. No dijeron palabra, de echo ni siquiera hablaban entre ellos, quien sabe quien les pudiera entender si les escuchaban.
Pasaron semanas o meses allí, hasta que fueron objeto de intercambio entre gobiernos, unos presos por otros. El maletín jamás apareció, jamás dijeron donde lo habían ocultado. Regresaron sabiendo que en algún momento tenían que volver porque solo ellos sabían donde estaba, y aunque bien oculto, sabían que en cualquier instante lo podrían encontrar, y de ser así, desatarse una guerra nunca vivida antes. Y así, Bosco Infante continuó su vida, entre la sombra y la luz.