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miércoles, 26 de abril de 2023

Caperucita: Cazadora de lobos

La cabaña.

Todo en mi vida era normal y monótono hasta que llegó uno de esos días en los que fui a visitar a mi abuela, la abuelita, como la llamaban todos, y todo dio un giro de 180º. Todo empezó al adentrarme en el sendero salpicado de piedras que lleva directo a su cabaña, el camino nevado que lleva a su puerta estaba inundado de un extraño olor, un olor como a hierro o a acero, olor a sangre. No era un olor normal, no era el de la sangre de un animal muerto, ese ya lo había olido antes y no era así, este olor era diferente, y a medida que me acercaba, era más intenso. Al llegar me encontré la puerta entreabierta, ella nunca la dejaba así, siempre estaba cerrada, ese día no. Entré, el olor a sangre casi no me dejaba respirar, era nauseabundo, me ahogaba. 

Todo estaba casi ordenado salvo por unos viejos libros y una silla que encontré en el suelo, algo nada habitual en la abuela. La llamé, —¿abuela? —, no respondía, el silencio, acompañado de un frío tétrico que penetraba hasta los huesos lo envolvía todo. La busqué, llegué hasta su habitación y la vi. La escena que me encontré era tan difícil de creer que no sabía lo que veía. Estaba en la cama bañada en su propia sangre, desgarrada y casi despedazada, como si un enorme animal salvaje la hubiese atacado con saña. ¡Grité!, —¡abuela! —. Quise despertarla, la moví sin pensar en nada, y nada podía hacer, mis manos se bañaron con su sangre, volví a gritar, y la abracé, abracé su cuerpo desgarrado, aún estaba caliente, su sangre estaba caliente, sangre que me bañó, sangre que llenaba mis labios, y lloré y grité a partes iguales, era un llanto como ni de niña había tenido, di un grito sordo que probablemente nadie me habría escuchado. Me quedé alli un buen rato, ni sé cuanto, en silencio, entre lagrimas, ni siquiera podía pensar, no quería que pasara nada, ni siquiera el tiempo. De pronto, de algún modo pensé que tenía que buscar ayuda, como un zombi salí de la cabaña. 

Salí de la cabaña y no recuerdo en que dirección, en shock solo sabía que tenía que buscar ayuda, y caminé, caminé sin rumbo, seguramente dejando un rastro de sangre tras de mi, su sangre, sangre que me había cubierto de rojo casi toda la ropa, sangre que no podía dejar de oler y que penetraba en mi boca constantemente. No sabía cuanto había caminado, no sabía cuan lejos podría estar de la cabaña y de todo, cuando sentí que todo daba vueltas, como si el mundo entero hubiese girase y diese vueltas en todas las direcciones, caí. Debi caer por un barranco, apenas lo noté, no sentía nada, no podía reaccionar, solo dejarme caer, no sabía donde estaba, quizá en medio de ningún lugar, a merced de cualquier animal salvaje, puede que el mismo animal que medio devoró a la abuelita, y podría hacer lo mismo conmigo, el camino de sangre que dejé le llevaría a mi. Creí dormir. 

Gul

Desperté y el cielo se movía sobre mi cabeza, las nubes iban a alguna parte lejos de mi, ignorándome. Sentí que me llevaban, oía pasos sobre la nieve, y aún seguía ahí, todavía olía a sangre. Noté que unos brazos me envolvían bajo una manta o capa que me tapaba, alguien me llevaba a algún lugar y no podía hacer nada, solo dejarme llevar. Escuchaba voces, voces cada vez más cercanas, susurraban no sé qué. Oscuridad. El cielo había desaparecido en un segundo, me habían metido en una casa, quizá otra cabaña. —Está en shock —, escuché. Era una voz muy masculina, la voz de un hombre. Después no hubo más, dormí, y desperté. 

No sabía cuanto tiempo había estado dormida, ni siquiera que había dormido, perdí el sentido. Miré, y apenas vi nada, no había mucha luz. Cuando me adapté a la luz, vi un hombre entre sombras, parecía de mediana edad, no se movía, solo me miraba impasible. Era un hombre extraño, con un acento que no había escuchado antes y con un nombre aún más extraño y que me costaba pronunciar, algo de Gul. Gul me contó lo que había pasado con mi abuela, no pensé en ello al despertar, no lo recordaba. Con sus palabras los recuerdos de la cabaña volvían a mi cabeza, la sangre, el olor, su calor..., lo veía todo como en un album de fotos. —Fue un lobo —, me dijo, ¿un lobo?, no podía ser, los lobos nunca se había acercado a la cabaña, no tanto como para entrar, siempre supo como espantarlos. —No fue un lobo cualquiera, no fue un lobo normal —. Licántropo. Era la primera vez que escuchaba esa palabra. ¿Qué era?. Licántropo era un ser medio humano, medio animal, un ser que se convertía en lobo, la famosa leyenda y mito del hombre lobo que resultaba ser cierta. Se tiene conocimiento de ellos desde la edad media, pero todo como una leyenda, un cuento a lo Drácula que nadie cree cierto, pero lo es. Sin embargo si existencia, tan real como tú y yo parece remontarse incluso antes de la edad media, con las primeras civilizaciones conocidas. Todo me parecía tan incierto que no podía reaccionar, no respondía a cuanto Gul me contaba, ¡es de locos!. —Entiendo que todo esto te parezca una locura e imposible de creer, pero piensa en ello, recuerda las heridas y los desgarros de tu abuela, no eran normales, no eran los de un lobo normal, ni los de un coyote —, tenía razón, no eran normales, nada lo era y yo pensaba que me volvería loca. 

—Ahora ellos, o él puede que te busquen —, me dijo casi impasible. ¿Ellos?, ¿él?. —Si, el licántropo, el hombre lobo. No sabemos si es uno o varios, pero casi seguro que te vio o te vieron en la cabaña, nunca pierden el rastro de su presa, y ahora tú puedes ser la siguiente —. ¿Por qúe yo?, pregunté. —Por hambre, por dominio, por sed de sangre..., eligen a la presa más débil para atacar —.

Me dejé caer en la cama, me tapé la cara con las manos, no podía creer nada de todo eso, no quería creerlo, era una pesadilla.

—Puedes desaparecer o combatirlos —, me dijo Gul. ¿Combatirlos?, ¡cómo!. Hablábamos de una o unas bestias que despedazaban sin piedad, animales primitivos y salvajes sin razón. —Si eliges esto último, yo te enseñaré como, si no, no puedo ayudarte —, dijo antes de salir. Volvió la oscuridad, la cabeza me iba a explotar, agarrada de los pelos que quería arrancar, grité. Grité y odié, me enfadé tanto que noté como se me hinchaba la vena del cuello, se llenaba de la sangre de mi abuela, de su recuerdo y su olor, se llenaba de odio. Los combatiría, sería tan salvaje como ellos, los licántropos. Licántropo o no, acabaría con todos los lobos, sería su exterminio. 

Las sombras

Gul era el lider de un clan, un grupo de hombres que vivían en la clandestinidad y que se hacían llamar 'Los hijos de las sombras', o al menos así les había bautizado algún periodista de segunda pero pertinaz que había llegado a saber de su existencia no demostrada. Los hijos de las sombras, durante años habían logrado perfeccionar técnicas de lucha y supervivencia, eran maestros en el arte de permanecer ocultos, invisibles a cuanto les rodease, y ahora me harían heredera de sus conocimientos. Mi estancia allí era un peligro para ellos si yo era objetivo de esas bestias aulladoras, pero estaban dispuestos a enseñarme cuanto sabía si yo estaba dispuesta a darles caza, y lo estaba, con o sin ellos lo haría. 

Las siguientes semanas o meses, no era consciente del paso del tiempo en aquel lugar, fueron largas y duras, duros entrenamientos teóricos y físicos en los que me llevé golpes por todas partes y en los que no lograba comprender como hacer para ocultarme o defenderme, como sacarle el mayor partido a un ataque. No me concentraba, me costaba aislarme de mis recuerdos, y estos me hacían vulnerable. Perdía peso por el estrés y el entrenamiento, sentía que nunca lo lograría. Gul no me dejaba rendirme, no lo permitiría, hacerlo sería un fracaso para él y para mi, hacerlo significaría que los hombres lobos habrían ganado y mi abuela habría muerto en vano, rendirme significaría que aquellos hombres que se habían volcado en mi, me abandonarían a mi suerte, nada de eso podía pasar. Y pasaba el tiempo, y con la ayuda de Gul cada vez me sentía una más de ellos, me hacía más fuerte física y mentalmente, me sentía más dura de cuerpo y mente, y de corazón, el corazón que una buena mañana se quedó en la cabaña de mi abuela, y con él mi inocencia. Cada paso que daba, cada lección que recibía era un golpe mortal para las bestias aulladoras. Solo pensaba en ellos, miraba al horizonte como si mirase al infinito, me perdía en él y sentía que ellos, a lo lejos y escondidos en el manto blanco de la nieve, me miraban a mi, como si supieran lo que estaba por venir, como si estuvieran preparados para recibirme, así como yo lo estaba cada vez más para ir a por ellos. El día de vernos las caras estaba cada vez más cerca. 

La Caza

Llegó el día, ese que no parecía llegar nunca, el día en el que debía de abandonar a 'los hijos de las sombras', aunque ellos nunca me abandonarían a mi, siempre estarían ahí, cubriéndome las espaldas. Debía partir en busca y captura de esas bestias medio humanas, y lo haría bien armada, armada de valor y furia, la furia que había acompañado y llenado cada vez más en este tiempo de aprendizaje, llevaría conmigo las armas que mis hermanos de las sombras me habían enseñado a manejar diestramente, con la ligereza del viento entre mis manos; armas que no solo me habían enseñado a usar, sino también a forjar a golpe de fuego para hacerme las mías propias en el camino, un camino largo y duro, manchado de sangre. El día de mi partida me había vestido de cuero y piel, ambos me defenderían del frío y de las garras de esas bestias, aunque ninguna de ellas me hacían invencible, podría perecer fácilmente en mi misión de darles caza. Y obviamente, no podía faltar mi caperuza, no iba a ninguna parte sin ella, era parte de mi, de lo que un día fui, y me hacía bien visible para quienes me esperaban más allá del horizonte, pues en ningún caso les quería rehuir, todo lo contrario, les quería atraer, sería su carnaza. 

Partí al alba, con los primeros rayos de sol que cubrían la nieve de un color anaranjado que pareciera anunciar lo que estaba por venir. Las despedidas no parecían ser el punto fuerte de ninguno de nosotros, y la tensión parecía que cortase el aire y el frío como un cuchillo. Gul, de modo paternal, me cogió de los hombros y me miró a los ojos, los suyos eran una mezcla de muchas cosas, eran la mirada de un padre, la de un coronel que mira a su soldado a la cara por última vez, y la de un maestro que mira a su pupilo antes de separar sus caminos.

—Vas a iniciar un camino siniestro y peligroso, un camino oscuro a la luz del sol, un camino para el que te deseo fuerza y sabiduría, templanza y coraje. Sabes lo que tienes que hacer, tu valentía podrá más que el miedo, y el miedo será tu arma contra los lobos. El silencio tratará de envolverte como el aire gélido, pero tu misión y tu destino serán tu calor. No dudes, Caperucita, ve siempre hacia delante, no mires atrás salvo para cubrir tus espaldas, y por las sombras no te preocupes, seremos nosotros vigilándote. Ve caperucita, y no vuelvas hasta haber cumplido tu destino —.

Aunque mis ojos querían llenarse de lagrimas, mi corazón lleno de sangre, fuerza y valentía lo impidió. Mirando fijamente a Gul y a todos mis hermanos, juré lograr mi fin. Partí sin mirar atrás, me dejé perder entre el manto blanco hasta que la niebla y el frío me cubrieron por completo. No escuchaba nada, apenas el viento en ráfagas cortas, un viento que con su silbido me decía que estaba en territorio enemigo, en tierra hostil, sabía que él o ellos estaban ahí, mirándome, siguiéndome a cada paso. No pude evitar que un sudor frío me recorriese la espalda, un sudor que me hizo estar alerta. Olvidando que mis hermanos de las sombras estarían ahí, agarré con fuerza mis armas, dispuesta a blandirlas en cualquier momento. Ese momento se precipitó sobre mi sin apenas darme tiempo a reaccionar, cuando quise ser consciente tenía a la bestia sobre mi, una bestia animal y sobrehumana de fauces aterradoras, con un aliento pútrido y un pelaje desaliñado que rozaba lo asqueroso. Tenía sangre seca sobre él, quizá fuese la de mi abuela, aún presente en él, o la de quien sabe cuantas victimas. Sin saber como, había tomado mi espada y se la estaba clavando en lo más profundo de su ser, costaba, era una bestia grande y fuerte, y aún así vulnerable sobre el acero de mi espada; rugía y luchaba clavando sus garras sobre mi, aplastándome con su fuerza sobrenatural, me costaba respirar. Su sangre salía como manantial, y con ella su vida se escapaba sobre mi, empapándome. Flechas salidas de la nada se clavaron en su espalda, eran mis hermanos de las sombras, eso me liberó, me levanté, y llevada por la furia y la rabia le volví a clavar mi espada, abriendo su pecho de lado a lado, un pecho duro y fuerte que sonaba como cuero rasgándose. Sangre y más sangre tiñendo el manto blanco de rojo intenso. Su vida se la llevaba el viento, mi primera victima manchaba mis manos de sangre y venganza, y no sería la última. 

El camino que había tomado, aquel camino de venganza, se llenó de sangre, y de bestias que parecían de otro mundo y con las que tenía que luchar día y noche. Con cada una de ellas me hacía más fuerte por dentro y por fuera, mi lucha se hacía más despiadada y fría, sentía una sed insaciable de venganza y sangre, necesitaba sentir como sus vidas se las llevaba el acero de mis espadas, necesitaba sentir mi espada dentro de sus carnes, necesitaba sentir como las desgarraba; a veces, post mortem, me llevaba sus cabezas, a veces como trofeo, a veces como carnaza para atraerlos hacia a mi, me hacía sentir poderosa sobre ellos. Ya no sabía si había perdido el norte y lo que hacía ya no era por venganza. La gente que vivía en aquellas tierras inhóspitas ya no sabían si tenían más miedo a los hombres lobo o a mi. Mi cacería había traspasado fronteras, había ido más allá de las montañas, se había convertido en leyenda, me llamaban Caperucita: Cazadora de lobos.  

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