Cuando esperas que hoy, tras haber pasado entre nervios todo el maldito fin de semana, sea el día en el que te digan si sí o si no, cuando esperas que pase algo, viene un tallo larguirucho vestido del blanco más feo que hayas visto ultimamente, y te dice que no, hoy no, quizá mañana, tal vez pasado, pero hoy, pongas como te pongas, no.
Te toca seguir esperando en un tenso compás desesperado sin poder hacer nada, encerrado, y mientras, ahi fuera, tras la sucia y empolvada ventana en el exterior, la vida sigue sin ti. Es mejor no pensar, es mejor no darle vueltas a esa enorme rueda que porque tú lo quieras, no gira. Miras la tele sin verla, casi sin oirla, porque ninguna de las mierdas que cuenta la mujer de las gafas gruesas, te dice nada, porque todo lo que ves y que oyes te parece hueco y gris, por lo que decides que es mejor, mientras puedas, olvidarte de ti y centrarte en quien hoy te acompaña, y le preguntas, -¿y tú qué tal?-, sabiendo que cualquier cosa que te cuente, la vas a ansiar, vas a desear estar en ella y ser parte de ella.
Y cuando ya está todo hecho, cuando ya está todo hablado, se va, y te quedas ahí en tú compás de espera, debatiéndote entre que no llegue ese mal momento en ningún momento, y que pase pronto, tan pronto que casi no te des cuenta de lo sucedido, tan rápido como una estrella fugaz.
Y te resignas, y decides armarte de paciencia entre las cuatro paredes frías que te acompañan, entre paseo y paseo por sus fríos pasillos y sus pálidas caras ahora conocidas, a las que les cuentas tu vida y ellas a ti las suyas, y con ellas de la tuya, al menos por pequeño espacio de tiempo, te olvidas mientras dejas y deseas que pase el día en ese tenso compás desesperado.
Y cuando ya está todo hecho, cuando ya está todo hablado, se va, y te quedas ahí en tú compás de espera, debatiéndote entre que no llegue ese mal momento en ningún momento, y que pase pronto, tan pronto que casi no te des cuenta de lo sucedido, tan rápido como una estrella fugaz.
Y te resignas, y decides armarte de paciencia entre las cuatro paredes frías que te acompañan, entre paseo y paseo por sus fríos pasillos y sus pálidas caras ahora conocidas, a las que les cuentas tu vida y ellas a ti las suyas, y con ellas de la tuya, al menos por pequeño espacio de tiempo, te olvidas mientras dejas y deseas que pase el día en ese tenso compás desesperado.