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viernes, 5 de agosto de 2022

Julia

JULIA

Julia, una chica de ciudad con raices provincianas, acaba de llegar de la ciudad donde todo se volvió tedioso y gris a la casa de campo familiar que apenas recordaba, una casa vieja y pequeña que ya probablemente sería de sus abuelos o incluso alguna generación anterior. La casa apenas tenía unos muebles viejos de hierro y madera, y olía a humedad y cerrado, hacía muchos años que nadie iba a ella, casi no recordaba nada de lo que se encontró. Lo que más fresco tenía en su cabeza era el vergel que la rodeaba, aunque no de manera muy nitida, pero si recordaba todo un entorno verde intenso que no había cambiado, salvo en que ahora era aún más frondoso que cuando iba de niña. 

Julia llegó a media mañana en su pequeño coche al calor del campo, un calor ya notable, el verano estaba cerca y parecía que allí ya había llegado, estaba todo en silencio salvo por el sonido casi musical de la naturaleza que la rodeaba, y por ella misma. Tras inspeccionar más o menos cuanto la rodeaba y después de medio instalarse en la vieja casa, recordó que cerca de ella había un lago en al que solía ir toda la familia en las vacaciones veraniegas, recordaba el olor a tierra mojada tras la lluvia y que su madre no la dejaba ir sola o no la debaja bañarse en según que momentos. Abrazada por el calor del campo, cogió una toalla de playa y se encaminó al lago. Al llegar no encontró a nadie, ni a nada, parecía un lugar abandonado, solo cuidado por el entorno que lo acompañaba. En soledad, Julia extendió la toalla a unos pasos del agua y se quitó la ropa, se quedó totalmente desnuda bañada por el sol y el calor que se hacían con cada rincón de su cuerpo, y así, medio sudorosa, se metió en el agua. Primero la tanteo con la punta de los pies, sus largos dedos la permitían mantener cierta distancia con el agua; estaba fría, pero no mucho, seguro que con el tiempo su cuerpo se adaptaría a la temperatura y ya no notaría el frío. Se metió casi hasta los hombros, el agua le cubría la mitad de su larga melena negra.

Pasado un rato en el que había nadado e incluso buceado hasta el fondo del lago, Julia se quedó en el lugar donde dejó su toalla, era un lugar donde hacía pie, un lugar donde no le cubría ni la mitad del cuerpo y el agua apenas le llegaba por debajo de las caderas, envuelta en el silencio del lago, a su espalda escuchó una pequeña tos nerviosa de hombre, era una tos como de disculpa que rompía la paz de la que había disfrutado hasta ahora. La molestó un poco pero decidió ignorarla y se quedó donde estaba. La tos se convirtió en voz, una voz joven, no de hombre maduro, de hecho y a juzgar por sus palabras, era más bien un joven aún muy verde. Él se disculpó timida y tartamudamente diciendo: —perdón, no sabía que había nadie aquí —, Julia mirando hacia atrás pero sin verle, le dijo que no pasaba nada, que podía quedarse, y se quedó donde estaba, delante de él sin inmutarse, con casi todo su cuerpo desnudo a la vista de él. Él, timido, no dejaba de mirarla, no podía apartar la vista de su desnudez hasta que un nudo en la garganta y el sudor del cuello le hicieron ir unos pasos atras más allá de la toalla de Julia, había notado que aquella imagen en el lago le estaba provocando sensaciones que no había tenido antes. Por su parte, Julia se perdió en el agua, de un momento a otro, aquel chaval que la sorprendió, la perdió de vista, apenas le dio tiempo a ver su cuerpo desnudo tragado por el lago. Al cabo de unos segundos que se hicieron minutos, Julia emergió en medio del lago y por un breve instante, él le vio sus pechos empapados hasta que bajo la cabeza por no parecer un descarado, y porque no sabía que más hacer, mil pensamientos le asaltaban, la sudoración y una extraña tensión en la entrepierna hacían visible su tensión, sopló. De repente escuchó como ella salía del agua, y no pudo evitar verla salir, desnuda y chorreando agua como una cascada. El agua resbalaba por su cuerpo, goteando como lluvia. No podia dejar de mirar su generoso pecho desnudo, ni su frondosa entrepierna perlada por el agua. Julia por su parte, le miró divertida y como si no pasara nada. De camino a la toalla le preguntó: —¿nunca has visto a una chica desnuda? —. Él respondió que no, que allí apenas había gente, y mucho menos chicas que se bañasen desnudas, Julia rió casi compadeciéndose de él al tiempo que se tumbaba cara al sol sabiendo que él aún la miraba, miraba sus pechos que casi caían a cada lado del cuerpo, brillantes por el sol y el agua, miraba su peluda entrepierna de la que él pensaba que tenía que hacerle cosquillas en los muslos de sus largas piernas, eso le excitaba aún más. Esos pensamientos acentuaban el calor y la erección, la respiración era más pronunciada aunque él procuraba silenciarla. Incómodo y excitado pensó en decir que se iba, ese pensamiento fue interrumpido por Julia que en ese instante se levantó y dijo que se iba a dar otro baño, y se fue ante la atónita mirada de su acompañante que no medió palabra. Julia nadó y se sumergió en el lago, y volvió a aparecer de nuevo diciendo: —¡meteté, el agua está muy buena —, 'buena estás tú', pensó él que no sabía que decir, ella le animó con un "no me dejes sola". Él, tembloroso, aceptó y se desvistió hasta quedarse en ropa interior, le daba mucho corte quedarse a la par que ella, se le notaba la erección que parecía haberle bajado con los nervios. 

LEO

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Julia al tiempo que se metía en el agua. 

—Leo —le respondió distanciado de ella, solo ante el peligro de su desnudez y Julia en aquel lago solitario. 

—¿Sólo Leo? —volvió a preguntar ella quedándose de cara al cielo, dejando asomar sus pechos y su frondosa entrepierna entre el agua; Leonardo, respondió él tartamudo y sin dejar de mirarla. 'Yo soy Julia' le dijo ella al tiempo que volvía a ponerse de pie en el agua. Julia, que disfrutaba con todo aquello, apremió a Leo a acercarse con un —¡ven, no te voy a morder! —, 'o si', pensó ella. Leo se acercó más, apenas había un metro entre los dos. Julia rió, y Leo preguntó que de qué se reía, un 'de nada' fue su respuesta cuando sin esperarlo, se vio con los calzoncillos abajo, descubriendo sus vergüenzas que para Julia no lo eran tanto. Leo, un joven de apenas veinte años, era delgado pero fuerte, estaba bien dotado entre sus piernas, de eso Julia daba fé, tenía tanto pelo ahí como en su rizada cabeza castaña, parecía un arbusto arriba y abajo, algo que a Julia le hacía gracia. Leo enseguida se llevó las manos para taparse, rojo de vergüenza y casi enfadado por aquel atropello. Julia le dijo: —no te tapes, ¡no pasa nada!, además me lo debes, tú me has visto desnuda —. Leo le dijo que ella se dejó mirar, y Julia le contestó que ahora él debia de dejarse ver también. Estaban empatados. Leo apartó las manos diciéndo: —bueno, ya da igual —, porque muy en el fondo de sí mismo él quería eso. ¿Y ahora qué?, preguntó Julia divertida mientras se acercaba a Leo hasta casi juntar sus cuerpos, ambas entrepiernas se rozaban en un cosquilleo excitante. ¿Qué de qué?, preguntó él que se mordía el labio, nervioso. Julia acarició con los dedos su vello púbico ante la ruborización de un Leo excitado y sin contención. —Te gusta —dijo Julia que notaba cada vez más el miembro empalmado de Leo, se mordió el labio y casi en un susurro añadió: —a mi también —. 

Sin poder ni querer evitarlo se besaron ávidamente juntando plenamente sus cuerpos desnudos. Julia notó rápidamente que Leo no tenía experiencia en el sexo, ni siquiera besando, era torpe en sus besos y con las manos tocando la suave y resbalosa piel de Julia, seguramente en aquel paraje tan solitario no había visto ni estado con una chica en su vida. Dejó de besarle y le dijo: —dejate llevar —, Julia bajó su mano por su pecho suavemente hasta su frondosa erección, jugueteó con su vello provocándole un cosquilleo de placer que le excitaba más y más, sacándole un gemido que Leo nunca pensó que podría pronunciar. Le llevó a la orilla del lago donde le apoyó mientras ella acariciaba y jugaba con su sexo latente y duro, la firme erección casi le tiraba, no había sentido nada igual nunca, era una mezcla de dolor y placer. Leo, con los ojos entrecerrados de placer notó como los labios de Julia jugaban con su verga, sentía su lengua mojada como el lago, sentía como su miembro desparecía por completo en la boca de Julia en un baile de placer donde sus vergüenzas bailaban adelante y atras, las notaba también entre sus labios y su lengua que jugaba justo en el límite entre estas y su erección, Leo apretaba y se mordía los labios entre jadeos. Julia sabía muy bien lo que hacía, ya lo había heche antes, le tenía en el culmén de un estado placentero que no había sentido jamás. Volvió a masturbarle hasta que su erección entró en erupción como un volcán y empapó su mano de semen. Julia rió divertida por el cambio que había provocado en aquel chico timido, había sacado al hombre que habitaba en él.

Dejó a Leo extenuado sobre la orilla del lago. Se le acerco a la cara, y en otro susurro le dijo: —te ha encatado —, al tiempo que le apretaba suave pero firmemente los testiculos, provocándole un gemido de dolor. Julia pasó por encima de Leo al salir del agua, mojándole la cara; a él le daba igual, no tenía fuerzas para nada, le había exprimido como a un limón. Ella se secó y se vistió mientras Leo aún seguía en la orilla, Julia se fue a su casa no sin antes despedirse de él, que a duras penas se giró para verla. 

— Mañana más, ¡adiós! —fue lo último que le dijo Julia antes de perderse en el camino, Leo se quedó recuperando fuerzas y procesando todo aquello que ya no sabía ni en que momento empezó. Fue una experiencia que jamás pensó que se pudiera dar en un lugar como ese, y solo tenía una cosa en la cabeza, Julia.