Mi vecino Tracy, un hombre con nombre de mujer y que en la primera impresión cuando le conocí, me pareció un tanto afeminado a la par que un ególatra de mierda sin razón alguna, invitó a mi mujer a una pseudo-fiesta en su casa de campo a las afueras de Nueva York, para celebrar que por fin una pequeña editorial de la ciudad que subsistía con pequeños escritores como él, le había publicado uno de sus bodrios novelescos infumables a modo de libro, que probablemente ni la mitad de los neoyorkinos llegaría a leer. Tracy era un intento de escritor pretencioso que se creía el Agatha Christie del lado masculino de los escritores, aunque en su caso el único misterio era saber qué o quien le había dado pie a creer semejante cosa. No es que escribiese mal, le ponía voluntad, pero francamente, no veía una de sus "novelas" llevadas a la gran pantalla. Era frecuente en él que a los amigos o conocidos les diese un puñado de folios manuscritos con las historias que se le ocurrían para que los leyeran y dieran su opinión; a mi mujer, Anna, a quien conocía desde hacía un tiempo, le daba de vez en cuando uno de esos bocetos de novela, ella con una sonrisa de oreja a oreja se los aceptaba y leía como si fuera una fan de sus novelas, yo en cambio jamás mostré interés en ellos aunque ella me intentaba animar a leerlos. La cuestión de todo esto es que al estar Anna invitada, tuve que ir yo también a la dichosa fiesta, y aunque normalmente intentaría por cualquier medio escaquearme de ella, en esa ocasión tenía un interés especial en ir.
Aunque estabamos citados en su casa a las 7 de la tarde, el ansia de Anna por llegar, nos hizo adelantarnos a la hora, llegando casi media hora antes. El camino hasta allí se me hizo un poco largo porque para llegar tuvimos que ir por carreteras secundarias un tanto incómodas y que te limitan la velocidad y te retrasan, eso hacía que mis ganas por ir y ver a Tracy fuesen menos. La casa, aunque era grande y probablemente un derroche de dinero innecesario para impresionar a propios y extraños, no me pareció gran cosa, seguramente no era muy diferente a otras de las afueras de la ciudad. Al llegar, Tracy, que nos había visto por una ventana salió a recibirnos con una sonrisa y un efusivo abrazo a Anna. Ella nos presentó, y él me dió un apretón a dos manos y su eterna sonrisa, a la que respondí con otro apretón y una leve sonrisa sin mucho interés.
—¡Caray Anna, no sabía que estabas casada con James Bond! —dijo él al verme, supongo que impresionado por ser más alto de lo que pudo suponer e ir bien vestido para la ocasión.
Ella le rió la gracia, como si la tuviera. Entramos en su casa precedidos por él; era una casa acogedora, bien iluminada, aunque algo recargada de todo para mi gusto. Nos presentó a su mujer y a su hija pre-adolescente, de las cuales yo no sabía nada, Anna nunca las menciona, como si Tracy viviese solo. Nos invitaron al salón donde tomámos café en lo que venían los demás invitados. No tardaron en llegar los primeros invitados, lo cual me alivió, ya no eramos el centro de atención del estúpìdo y soporífero Tracy, por lo que la atención se fue desviando y repartiendo, aunque no dejaba de acaparar la de Anna, ella tampoco la rehuía, más bien la buscaba, iba detrás de Tracy todo el tiempo, de echo no creo que hubiesen estado separados más de dos metros en casi ningún momento.
Aprovechando uno de esos momentos en los que si parecían no estar en el mismo espacio, y notando la ausencia de Tracy y la distracción del resto de los invitados, husmeé un poco por la casa, cotilleaba por ella a la par que miraba donde andaba el pedorro de Tracy. Estaba en una especie de despacho que se había montado en un pequeño cubículo de la casa bien iluminado, donde escribía sus pseudo-novelas. Le encontré solo entre folios manuscritos, supuse que sería otra novela más, tampoco pregunté.
—¡Mr. Bond! —dijó él en tono de broma por mi lustroso aspecto. Ya me tenía bajo el mote nada gracioso de Bond, James Bond entre los invitados, como si realmente esa gilipollez fuera graciosa.
—No me llame Mr. Bond, no soy James Bond. —dije tratándole en ese instante de usted, sin disimular que sus gracietas no me hacían ni puta gracia. —Ni siquiera soy inglés y mucho menos espía de su majestad la reina de Inglaterra, y disculpe que haya traído mi pequeña pistola, es una Walther PPK alemana. Es ligera y precisa.
Tracy se quedó blanco al verme allí parado frente a él sin atisbo de sonrisa y con una pistola en la mano. Se sentó o más bien se dejó caer sobre su butacón de despacho sin dejar de mirar la pistola, no acertaba a articular palabra entre los mil pensamientos que le estarían pasando por la cabeza, mientras de fondo se escuchaban las voces y risas de los invitados. Apostaría lo que fuese a que en ese momento a Tracy le recorría un sudor frío por todo el cuerpo, como si la temperatura hubiese bajado diez grados o más.
—¡Oh!, y por el silenciador de la pistola, no se preocupe, es que no quiero alarmar a los invitados y aguarles la fiesta. Acepté venir a su estupida fiesta por no dejar solo a Anna y porque quería verle cara a cara y decirle o más bien pedirle por las buenas que la deje en paz, que deje de verla y de tirarsela. Es una falta de respeto hacia mi y hacia su propia esposa, quien seguramente no se merece que un capullo como usted le ponga los cuernos sistemáticamente. Sé que esta aventurilla a Anna le hace gracia, busca el riesgo de que la pillen con otro hombre en cualquier lugar, y en esta ocasión le ha elegido a usted para ello, aunque no es el primero ni el único en este juego, pero no sé por que, en esta ocasión me molesta especialmente, así que le ruego que termine con esto y le preste más atención en su mujer. —le dije sin dejar de mover la pistola que tenía en mi mano derecha para no dejar de captar su atención.
Continuando con la conversación le dije —no querrá que yo haga lo propio con su esposa, es guapa, muy atractiva y puede atraer la atención de cualquier hombre, y no me ha quitado ojo en toda la tarde, por lo que, humildemente creo que no me costaría acercarme más a ella.
Tracy apenas balbuceaba temblando, no sé si de miedo o de frío, o quizá de las dos cosas. Apenas llegó a decir un "no". Le agradecí su tiempo y tras guardarme mi Walther PPK, salí con los demás invitados. El resto de la velada estuvo como ausente y más serio de lo normal en él, lo que no pasó desapercibido para Anna. Creo que después de aquello, apenas se volvieron a ver, lo que tenía a Anna más sería de lo que solía ser ella, estaba pensativa y desconcertada. Por su parte Tracy, no volvió a llamarme Mr. Bond.