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domingo, 28 de junio de 2020

LILITH, MI AMANTE VAMPIRO


        Lilith me miraba tranquila, paciente, sabedora de lo que me costaría creer y aceptar todo lo que estaba pasando, y todo lo que estaba por pasar. Yo, joven de cuerpo y espíritu me había convertido en su nuevo pupilo, ella me había convertido, y ahora tendría que enseñarme un nuevo mundo, tendría que enseñarme que era otra persona, alguien distinto, y tendría que hacerlo con mucha calma, sin prisa, aunque el tiempo para nosotros no sería un problema, teníamos toda la eternidad. Ella era consciente de que allí sentados, yo no saldría de su estupor, no dejaría de darle mil vueltas a la cabeza, y tampoco teníamos toda la noche para quedarnos allí, se levantó ante mi atenta mirada, la de su criatura y me ofreció la mano para que la acompañará, teníamos mucho de que hablar. Yo, a pesar de las mil preguntas que tenía por hacerle, no pude negarme a su ofrecimiento, de algún modo, aún más intenso que antes, seguía sometido a su voluntad, que en todos los aspectos parecía ser más fuerte que yo. Tomado de su mano, noté que había recuperado la temperatura perdida, o tal vez estuvieramos los dos igual de fríos, no lo notaba, para mi la mano de Lilith era suave y cálida, su tacto era agradable, me relajaba. Los dos juntos salimos de la morgue para perdernos en la oscuridad de la noche en la que por sus labios, sin ser un beso, morí humano, la noche que nací vampiro.

Tras esa noche, Lilith se convirtió en mi universo, todo giraba en torno a ella, a su lado no había espacio para nadie más. Me enseñó quienes y que eramos, que hacíamos, me enseñó el por que de nuestra existencia, con ella me sentía como una cría de león con su madre, en el que cada día era una lección nueva para mi; con todo lo que había aprendido como un humano normal, me sentía un completo ignorante, como si no supiera nada, porque nada o muy poco de lo que sabía me servía para ser vampiro. Lilith me enseñó a ver a los humanos de una manera diferente, con ella aprendí a verles como ganado que estaba a mi servidumbre, estaban para mi cuando lo necesitase; aprender esto, aceptarlo como tal, me llevó muchísimo tiempo, en mi nueva condición sobre humana, rechazaba tal situación, no podía ser que aquellos que hasta hace nada eran mis congéneres, ahora solo fueran carne para mi, porque, según ella, nosotros eramos superiores a ellos en todo, eramos una civilización más avanzada que la humana, yendo unos pasos por delante, como si fueramos de otro planeta. Lo cierto es que incluso me costaba aceptar quien era ahora, no asumía mi nueva condición. Me miraba al espejo y odiaba lo que veía, me daba asco verme en él, me veía pálido, muy pálido y ojeroso, parecía enfermo y moribundo, Lilith decía que era porque mi cuerpo necesitaba adaptarse a lo que era ahora, y para ello necesitaba sangre, para que lo entiendas, era lo mismo que cuando al cuerpo se le implanta un órgano nuevo y adecuarse a él, aceptándolo como parte de si mismo; atrás quedaba el Gael humano, el hijo y el amigo, el compañero, atrás quedaba la gente que ahora me daba por desaparecido. Por cierto, si alguna vez has oido o leído que los vampiros no nos reflejamos en el espejo, si lo has visto en alguna película, y seguro que lo has visto, es falso, una auténtica gilipollez, porque cuando te convierten en vampiro, no pierdas toda tu condición humana, y desde luego, no nos hacemos invisibles.

Para no pensar mucho en mi nuevo yo y en como me veía, me centraba en Lilith, le hacía mil preguntas sobre ella, sobre nosotros. Lilith era en la comunidad de los vampiros uno de los miembros más antiguos, tanto como la propia biblia o más, era como la Eva nacida de la costilla de Adán, era tan vieja que la llamaban la madre de los vampiros, pues cuanto menos era una de las primeras mujer-vampiro de la historia, no sé si Drácula existe, no sé si ella nació de él o él de ella, su historia es tan antigua que se pierde en el tiempo. A pesar del rechazo que mi nuevo mundo me causaba, estar con Lilith me fascinaba, tenía un poder de atracción al que nadie se podía resistir, ni humanos ni vampiros, convertía cualquier cosa que hacía en una aventura, y su autoridad en la comunidad vampira, al igual que su fuerza y poder eran incuestionables e increiblemente grandes. Mi llegada a la comunidad, como la de cualquier recién llegado, no fue bien recibida, recelaban de cualquier novato y sobre todo de un vampiro que no fuera un pura sangre, un nacido de vampiro y no un convertido como yo. Lo cierto es que entre ellos corría cierto peligro por el rechazo que causaba, tenía que demostrar cada noche que era un buen vampiro, y mi rechazo a tener que alimentarme de una vida humana a través de la sangre para conservar la mía, no me lo ponía fácil, mi único escudo frente a los demás vampiros y que momentaneamente me hacía conservar la vida, era Lilith, ella era mi guardaespaldas, yo era su protegido, aunque me tocaría espabilar si no quería dormir con un ojo abierto cada día.

La primera vez que probé la sangre, realmente fue asqueroso, tacto y su sabor a hierro como si tuviera un tubo en la boca, eran repulsivos y nauseabundos, y sin embargo no podía parar chupar la vida a traves de ella, era saciante y casi orgásmico, daba placer y poder, me sentía fuerte cuando la bebía, y al mismo tiempo no podía quitarme esa sensacion asquerosa por haberlo hecho, me sentía como un animal carroñero, como una rata asquerosa salida de una cloaca. Por otro lado la envidia y los celos en esa parte humana que ningún convertido pierde, estaba presente bajo el ala protectora de Lilith, y llegaba a tal punto que entre algunos grupos vampíricos corrió el rumor de que yo era algo más que el protegido de la madre de los vampiros, se decía que eramos amantes, y la verdad es que no les faltaba razón.

Con el tiempo y con ella a mi lado, me encontraba cada vez más agusto o acomodado en mi nuevo ser, aceptaba más todo lo que ese nuevo ser conllevaba, asumía lo que necesitaba hacer, era cuestión de supervivencia, y cada vez me encontraba mejor, más fuerte y mi tez ya no la veía tan enfermiza, aunque a ojos humanos siempre me vería pálido, y a ella cada vez la encontraba más hermosa, no solo como vampiro, sino como mujer, una mujer que no había apreciado la primera vez que la vi moribunda en la morgue. Ahora, con mis sentido agudizados, veía la belleza de todo su ser, su hermosa y larga melena negra y sus bellas curvas de mujer, tal vez mi parte humana no podía fijarse en ellas y desearlas, y ella lo sabía, se daba cuenta de ello, y le divertía que los humanos desearan de esa manera el cuerpo ajeno, le divertía la sexualidad y jugaba con ella, jugó conmigo. Me provocaba con insinuaciones, dejaba ver parte de si para alimentar esa sed humana por su cuerpo, y a veces, sabiendo que yo la miraba en su intimidad, se desnudaba para excitar al humano que llevaba dentro, hasta que ya no pude más y dejé de esconderme para verla, no podía resistirme, no quería hacerlo, si tenía que dejarme llevar por la sed de la sangre, no veía porque no dejarme llevar por la sed que sentía por ella. Era todo tan evidente que una noche, casi al amanecer, no me quiso hacer padecer más esa sed y me dejó beber de ella, y no hablo de su sangre, y bebí de aquella mujer, beber de ella fue tan saciante y placentero que era como beber la sangre de joven e inocente virgen deseosa de que la hagan mujer. Después de hacerme vampiro, Lilith me hizo hombre, lo que hizo que la amara en todo su ser. Tras ese amanecer, Lilith era mi todo, era mi creadora, mi mentora y mi protectora, era mi madre y mi hermana, era Lilith, mi amante vampiro.




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